Mía y las Terroríficas Aventuras de Halloween
Era una noche de Halloween y Mía, una nena de 8 años llena de curiosidad, estaba ansiosa por salir a buscar caramelos con su disfraz de brujita. Con su gorro puntiagudo y su varita mágica, se sintió lista para la aventura. Rápidamente, su amiga Lucía llegó a su casa, también disfrazada, pero de fantasma. Juntas, comenzaron su recorrido por el barrio.
"¡Vamos, Mía!" - dijo Lucía emocionada. "No te olvides de decir ‘truco o trato’ en cada casa".
Las calles estaban iluminadas con calabazas que sonreían y luces titilantes. Los dos niños se detuvieron en la primera casa, la de don José, un anciano conocido por sus historias de miedo.
"Espero que tenga muchos caramelos" - comentó Mía, mientras llamaban a la puerta.
Cuando don José abrió, en lugar de dulces, les ofreció una historia aterradora.
"¿Quieren escuchar sobre la leyenda de la Casa Embrujada?" - preguntó con una sonrisa traviesa.
Mía y Lucía se miraron entre sí.
"¡Sí!" - gritaron al unísono.
Don José comenzó a narrar cómo, en una noche como esa, los niños que se perdían en el bosque nunca volvían. Pero había un giro: solo aqueles que demostraban un gran corazón y valor eran capaces de salir de la casa embrujada.
"Tal vez podríamos ser valientes y encontrar esa casa" - sugirió Mía, con los ojos brillantes de emoción.
"¡No se habla, hay que hacerlo!" - replicó Lucía, llenándose de entusiasmo.
Después de recoger unos dulces y escuchar la historia, decidieron aventurarse a buscar la famosa casa. Siguieron el sendero a través del parque donde los árboles parecían susurrar secretos. Al llegar, se encontraron con una casa antigua, cubierta de telarañas y con un aire misterioso.
"¿Estás segura de que queremos entrar, Mía?" - preguntó Lucía con un poco de miedo.
"¡Claro! Si don José dijo que hay que demostrar valentía, ¡entremos!" - contestó Mía.
Las dos niñas se adentraron en la casa, donde las puertas crujían y los ecos resonaban. De repente, un ruido atrajo su atención. Resultó ser un pequeño gato negro que maullaba asustado.
"Pobrecito, parece que está perdido" - dijo Mía, acercándose al gato.
Recogieron al gato y decidieron que tenían que sacarlo de allí. Mientras buscaban una salida, encontraron un laberinto de habitaciones. En una de ellas, vieron un viejo espejo cubierto de polvo.
"Tal vez en este espejo se esconde algo mágico" - comentó Lucía. Atraídas por la curiosidad, se acercaron y, para su sorpresa, vieron reflejos de otros niños que también habían sido atrapados.
"¡Mirá!" - exclamó Mía. "¡No están solos!"
Fue entonces cuando el espejo empezó a hablar:
"Si quieren liberar a esos niños, deben demostrar coraje y bondad. Saquen a su amigo, el gato, del peligro."
Las niñas miraron al gato y luego al espejo, sintiendo que su misión era ayudar.
"Nosotros podemos hacerlo" - dijo Mía, decidida.
De repente, se encendió una luz mágica. Mía y Lucía se sintieron más valientes. Corrieron por la casa, resolviendo acertijos escondidos para poder liberar a los otros niños. Cada vez que ayudaban a uno, el espejo brillaba más intensamente.
Finalmente, encontraron la salida, llevándose consigo a los otros niños y al gato negro. Cuando todos salieron a la luz de la luna, se sintieron como verdaderos héroes.
"¡Lo logramos!" - gritó Mía.
"Esto fue increíble, Mía. Hicimos algo grande" - dijo Lucía, sonriendo.
Desde aquella noche, Mía y Lucía no sólo regresaron a casa con un puñado de caramelos, sino con un aprendizaje invaluable: el verdadero valor no sólo está en ser valiente, sino también en ayudar a los demás.
Y así, cada Halloween que pasaba, recordaban su aventura en la casa embrujada, siempre dispuestas a ayudar a cualquier amigo que lo necesitara y a hacer de esa noche una celebración aún más especial y llena de amistad.
FIN.