Micaela y el gato héroe


Había una vez una niña llamada Micaela que asistía a un colegio muy especial, rodeado de hermosos jardines y árboles frondosos. Un día, mientras jugaba en el recreo, Micaela vio algo moverse entre los arbustos.

Se acercó con curiosidad y descubrió a un gatito blanco y negro escondido allí. - ¡Hola, gatito! -saludó Micaela con ternura mientras extendía su mano para acariciarlo. El gatito se dejó querer y ronroneaba feliz bajo las caricias de la niña.

Micaela sonreía, disfrutando del momento compartido con su nuevo amigo animal. - ¿Cómo te llamas? -preguntó Micaela al minino. El gato solo maulló como respuesta, pero sus ojos brillantes parecían contarle historias a la niña.

Micaela pasó todo el recreo jugando con el gato, haciéndolo reír con sus travesuras y cuidándolo como si fuera su propio tesoro. Cuando sonó la campana anunciando el final del recreo, Micaela supo que debía regresar a clases.

- Chau gatito, que te vaya bien -se despidió Micaela con dulzura mientras acariciaba por última vez al minino. El gato levantó la cabeza y miró fijamente a Micaela antes de salir corriendo hacia los árboles.

La niña lo observó alejarse con una sonrisa en el rostro y volvió a clases pensando en su pequeño amigo felino. Al día siguiente, cuando llegó al colegio, Micaela buscó ansiosa al gato entre los arbustos. Para su sorpresa, no lo encontraba por ningún lado.

Triste por no verlo, decidió sentarse en un banco cerca de los árboles para esperar. Pasaron unos minutos hasta que escuchó un leve maullido detrás de ella.

Al girar la cabeza, descubrió al gato parado frente a ella con algo brillante en la boca: era una pulsera plateada que había perdido otra niña del colegio. - ¡Oh! ¡Gracias por encontrarla! -exclamó emocionada Micaela mientras tomaba la pulsera de manos del gato-. Eres un verdadero héroe animal.

El minino se restregó contra las piernas de Micaela antes de emprender nuevamente su camino hacia los árboles. A partir de ese día, cada mañana el gato aparecía en el colegio llevando algún objeto perdido: desde lápices hasta bufandas olvidadas.

Todos en la escuela empezaron a llamarlo "el pequeño rescatista". Micaela entendió entonces que aunque alguien pueda ser pequeño e indefenso en apariencia, siempre puede hacer grandes cosas si se lo propone con determinación y amor hacia los demás.

Y así aprendió que cada acción buena tiene repercusiones positivas tanto para uno mismo como para quienes nos rodean.

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