Miguelito y los Torniquetitos Perdidos



Al robot Miguelito le encantaba jugar con sus tornillitos. Pasaba horas los organizando, creando formas y construcciones. Tenía un lugar especial donde guardaba todos sus tornillos y tuercas, pero un día, mientras armaba una torre de tornillitos, uno se le cayó al suelo.

- ¡Ay, no! - exclamó Miguelito, mientras comenzó a buscar frenéticamente. - ¡No puedo perder mi tornillito favorito!

Buscó debajo de la mesa, entre los libros y hasta en su caja de herramientas, pero no lo encontraba. Tan ansioso estaba, que sin darse cuenta, otro tornillito resbaló de sus manitas y rodó lejos.

- ¡Oh, no! - dijo, viendo cómo se alejaba. - ¿Por qué soy tan despistado?

Su papá, el robotía Don Tornillo, escuchó el alboroto y decidió ir a ver qué sucedía.

- Miguelito, ¿qué te pasa? - preguntó Don Tornillo, asomándose a la habitación.

- ¡Papá! He perdido un tornillito y, ¡ni siquiera puedo encontrarlo! - respondió Miguelito mientras tragaba un suspiro, sintiéndose un poco frustrado.

- No te preocupes, hijo - dijo Don Tornillo con una sonrisa. - Todo tiene solución. Vamos a hacer esto juntos.

Don Tornillo trajo una herramienta especial, una linterna pequeña que brillaba intensamente.

- Esta linterna es muy útil para buscar cosas perdidas. - explicó Don Tornillo mientras encendía la luz. - A veces, necesitamos ver las cosas desde otra perspectiva.

Miguelito se animó ante la idea. Juntos comenzaron a buscar con la linterna por todos los rincones de su habitación. Miraron en los lugares más inusuales.

- ¡Mirá! - gritó Miguelito emocionado, apuntando con la linterna. - ¡Ahí está el tornillito!

Don Tornillo sonrió al ver que su hijo había encontrado su tesoro. Pero, mientras se agachaban, notaron que el segundo tornillito también había aparecido, brillando entre unos papeles en el suelo.

- ¡Lo encontré! - dijo Miguelito, lleno de alegría.

- ¿Ves? A veces, las cosas que buscamos se esconden en lugares inesperados. - le enseñó su papá.

Miguelito pensó en la importancia de tomarse su tiempo para buscar. Se dio cuenta de que ser apresurado no le ayudaba, y que a veces, el apuro puede llevar a más problemas.

- Gracias, papá. ¡Prometo ser más cuidadoso de ahora en adelante! - prometió Miguelito, abrazando a su papá.

Desde ese día, Miguelito no solo jugaba con sus tornillitos, sino que también aprendió a ser más organizado.

- ¡Vamos a construir algo grande con todos mis tornillitos! - anunció con entusiasmo Miguelito.

Así, Miguelito y su papá pasaron el día creando una maravillosa ciudad de tornillos, con casas, puentes y colinas, aprendiendo que lo importante no era la velocidad, sino disfrutar cada paso del proceso.

Y así, cada vez que un tornillito se les caía, ya no había prisa en buscarlo. Sabían que la diversión estaba en cada pequeño descubrimiento que hacían en el camino.

FIN.

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