Mika y el Caos de la Ciudad
Había una vez en una ciudad llena de ruido y movimiento, una niña llamada Mika. Mika siempre había sido un poco diferente a los demás. Mientras todos corrían de un lado a otro, tratando de seguir el ritmo acelerado de la vida, ella se detenía a observar a su alrededor, fascinada por los detalles que otros pasaban por alto: el canto de los pájaros en los árboles, las sonrisas de los ancianos en el parque, y los pequeños murciélagos que hacían acrobacias al atardecer.
En la ciudad, había estado sucediendo algo inesperado. Una revolución había comenzado, impulsada por la idea de que si se dividía a hombres y mujeres de manera estricta, todo se ordenaría. Sin embargo, esto solo trajo más confusión y descontento. Las calles estaban llenas de grupos que discutían acaloradamente, mientras algunos hombres decidían que ya no podían hablar con mujeres y viceversa. La armonía que antes existía en la ciudad se había desvanecido.
Un día, mientras Mika paseaba por el parque, escuchó a dos niños discutir:
"Si las chicas no deben jugar al fútbol porque es un deporte de chicos, ¡entonces nosotros tampoco podemos bailar!" dijo Tomi, un niño que se sentía frustrado.
"Pero a mí me encanta bailar, ¡no puede ser que no podamos hacerlo solo porque somos chicos!" respondió Lila, apoyando sus manos en sus caderas, decidida.
Mika observaba, sus ojos grandes llenos de curiosidad. Ella no entendía por qué no podían hacer ambas cosas. Decidida a encontrar respuestas, se acercó a ellos.
"¿Por qué no pueden jugar juntos?" preguntó Mika, con su voz suave y melodiosa.
"Porque los adultos dicen que los chicos deben ser así y las chicas de otra manera" dijo Tomi, decepcionado.
"Pero eso no tiene sentido. ¿No podemos ser lo que queramos?" dijo Mika, sonriendo.
Los dos se miraron entre sí, comenzando a cuestionar lo que les habían enseñado. Mika se llenó de energía y decidió que había algo que debía hacer. Se subió a un pequeño banco en el parque y levantó la voz.
"¡Escuchen!" gritó. "¿Por qué tenemos que dividirnos? ¡Podemos jugar, bailar y hacer lo que nos gusta sin importar si somos chicos o chicas!"
Los adultos que pasaban la miraron, sorprendidos por la valentía de la niña.
Ese día, Mika reunió a otros niños y les propuso una gran fiesta en el parque. Todos estaban invitados, sin importar si eran hombres o mujeres. Llenaron el lugar con música, juegos, danzas, y aunque al principio algunos se mostraban reacios, poco a poco fueron acercándose.
La fiesta fue un éxito. Los niños jugaban al fútbol, bailaban, pintaban, y hacían manualidades juntos. Hasta los adultos comenzaron a dejar de lado sus diferencias y se unieron a la celebración. Uno de ellos, un hombre mayor, dijo:
"Nunca había sido tan feliz jugando a la rayuela como hoy. Gracias, pequeña."
Sin embargo, la revolución seguía lejos de terminar. Algunos adultos se acercaron a Mika, visiblemente enojados.
"¿Qué estás haciendo? Esto no está bien. ¡Debemos ser separados para estar en paz!" dijo una mujer con una mirada muy seria.
"Pero el caos que hay afuera es lo que realmente no nos deja vivir en paz. ¿No creen que es mejor que todos podamos jugar juntos?" replicó Mika, con una voz decidida.
A medida que la fiesta continuaba, más y más adultos comenzaron a cuestionar sus creencias. Se dieron cuenta de que la división no estaba creando paz, sino separación y dolor. La esencia de lo que Mika decía resonó en sus corazones.
Días después, se organizó una reunión comunitaria. Todos estaban invitados. También asistieron los padres de Mika, quienes, orgullosos de su valiente hija, decidieron hablar.
"¿Por qué tenemos tanto miedo de lo diferente? Nunca deberíamos haber permitido que nuestras diferencias nos alejaran. La verdadera paz se logra cuando entendemos que somos mejores juntos."
La voz de Mika se hizo eco en la sala:
"¡Podemos construir puentes, no muros!"
Los adultxs comenzaron a levantarse y alzar la voz para apoyar su idea. Con el tiempo, comenzaron a crear políticas que promovieran la inclusión, lo que llevó a una comunidad más fortalecida y unida.
Gracias a la valentía y a la perseverancia de Mika, la ciudad comenzó un nuevo camino. Ya no importaba si eras niño o niña; lo que realmente importaba era lo que cada uno tenía que aportar al mundo. Con el tiempo, la ciudad volvió a encontrar su armonía, y Mika, la niña que una vez no entendió el ritmo del caos, demostró que a veces, un corazón sincero puede guiar a otros hacia un futuro mejor.
FIN.