Mireia, la niña que quería ser profesora de arte



En un pequeño barrio de Buenos Aires, vivía una niña llamada Mireia. Desde muy chiquita, sus ojos brillaban cada vez que veía un lápiz de colores o un pincel. Le encantaba dibujar, pintar y crear cosas nuevas. En su cuaderno de arte, tenía una colección de obras maestras que ella misma había creado.

Un día, mientras estaba en el parque, Mireia se encontró con una anciana que pintaba un hermoso paisaje. La mujer observó a Mireia con curiosidad.

"Hola, pequeña. ¿Te gustaría pintar conmigo?" - le preguntó la anciana.

"¡Sí! Eso sería genial!" - respondió Mireia entusiasmada.

Ambas se sentaron en un banco y la anciana empezó a explicarle sobre los colores y las sombras.

"La pintura es como el sentimiento que llevamos dentro. A veces, hay que dejarse llevar por la creatividad" - compartió la mujer con una sonrisa.

Esa conversación inspiró a Mireia a soñar aún más grande. ¡Quería ser profesora de arte! Entonces, decidió que debía practicar mucho. Cada día, después de la escuela, pasaba horas dibujando y pintando. Pero un día, Mireia se sintió desanimada. Sus dibujos no parecían lo que había imaginado.

"¿Por qué no puedo hacer un dibujo tan lindo como el de la anciana?" - lamentó.

"Quizás deberías probar con otro estilo o técnica" - sugirió su amigo Lucas, que la acompañaba siempre.

Mireia se puso a pensar. Si quería ser profesora, tenía que aprender a superar los obstáculos. Entonces, decidió asistir a una clase de arte en la ciudad. Cuando llegó a la escuela de arte, vio niños y adultos pintando, dibujando y esculpiendo.

"¡Guau!" - exclamó. "Esto es maravilloso!"

Apenas entró, se encontró con su profesora, la señora Martín, que tenía una gran sonrisa.

"¿Te gustaría presentarte?" - le preguntó la profesora.

"Soy Mireia y quiero ser profesora de arte cuando crezca" - contestó con valentía.

La señora Martín se iluminó.

"Entonces, ¡aquí estás en el lugar correcto! La única forma de ser una buena profesora es practicando y nunca rendirse.”

Durante las semanas siguientes, Mireia trabajó duro. Aprendía sobre diferentes técnicas y estilos. Hasta hizo nuevas amistades que la animaban. Sin embargo, había momentos difíciles. Un día le tocó presentar un proyecto.

"No estoy lista, voy a fallar" - le dijo a Lucas, que la acompañó al salón.

"¡No digas eso! Has trabajado mucho. Solo tienes que divertirte con tus dibujos" - le respondió su amigo con una gran sonrisa.

Con un poco de nervios, Mireia presentó su trabajo. Se notaba su pasión en cada trazo. Cuando terminó, recibió un aplauso y palabras de aliento de sus compañeros y de la señora Martín.

"¡Eres muy talentosa, Mireia! Si sigues trabajando así, estoy segura de que serás una gran profesora de arte" - le dijo la señora Martín, llenándola de confianza.

Eso encendió una llama en el corazón de Mireia. En ese instante, comprendió que el camino hacia su sueño sería largo, pero nunca estaría sola.

Finalmente, al concluir las clases del año, la señora Martín organizó una exhibición de arte. Cada alumno tenía la oportunidad de mostrar sus obras al público. Mireia decidió participar. Pensó en todas las cosas que había aprendido y transmitió su amor por el arte en su obra.

El día de la muestra llegó, y el corazón de Mireia latía rápido. Cuando la gente empezó a mirar su pintura, las sonrisas y los comentarios la llenaron de alegría. En un rincón, vio a la anciana del parque.

"¿Eres tú?" - le preguntó Mireia, corriendo hacia ella.

"Sí, querida. Vine a ver lo que hiciste, y debo decir que estoy muy orgullosa de ti" - respondió la mujer con lágrimas de emoción en los ojos.

Esa experiencia hizo que Mireia se sintiera más segura de sí misma. No solo quería ser profesora de arte, ¡sino que estaba en camino de lograrlo! Con un nuevo compromiso, prometió a su amiga Lucas y a sí misma que seguiría pintando y aprendiendo.

Y así, de la mano de sus sueños y su pasión por el arte, Mireia continuó su camino, emocionada y llena de ideas. Cada trazo que hacía no solo reflejaba su talento, sino también su amor por enseñar a otros lo que había aprendido.

Mireia comprendió que cada cuadro tiene su historia, y ahora la suya comenzaba a brillar con color y creatividad.

FIN.

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