Mis derechos y yo



Había una vez en un colorido barrio de Buenos Aires, un grupo de niños que jugaban todos los días en la plaza. En este grupo estaban Sofía, un torbellino de energía; Lucas, el más creativo; y Valentina, la más curiosa. Un día, mientras jugaban al escondite, Sofía decidió que era tiempo de armar un nuevo juego.

"¡Vamos a inventar un juego donde todos tengan derechos!", propuso Sofía.

"¿Derechos? ¿Qué es eso?", preguntó Lucas, frunciendo el ceño mientras dibujaba un monstruo en la tierra.

"Sí, derechos. Todos tenemos derechos a ser felices, a jugar, a aprender y a ser escuchados", explicó Sofía.

Valentina asintió, intrigada. "Pero, ¿cómo podemos jugar con derechos?"

Sofía sonrió y dijo: "¡Hagamos una búsqueda del tesoro! Cada vez que encontremos algo, será un derecho. ¡Les enseñaré!"

Y así dieron comienzo a la búsqueda. Formaron equipos y empezaron a explorar la plaza.

"Yo encontré un balón. ¡Derecho a jugar!", gritó Lucas triunfante, empujando el balón hacia el aire.

"Y yo encontré un libro. ¡Derecho a aprender!", exclamó Valentina, hojeando las páginas con emoción.

Mientras buscaban, se dieron cuenta de que algunos de sus amigos no estaban jugando.

"¿Por qué no están en la plaza?", se preguntó Sofía al ver a su amiga Ana sola en la esquina.

Ella se acercó y dijo: "¿Estás bien, Ana?"

"Sí, pero no tengo con quién jugar. Todos están en sus grupos", contestó Ana, con la mirada triste.

Los niños se miraron entre sí, comprendiendo que Ana necesitaba un derecho muy importante: el derecho a ser incluidos. Sofía tuvo una idea.

"¿Qué tal si hacemos que todos juguemos juntos? ¡Es más divertido!"

Y así fue como invitaron a Ana a unirse a su búsqueda del tesoro. Al poco tiempo, también se unieron otros amigos que estaban sentados en la plaza. Pronto, todo el grupo se convirtió en una gran aventura.

"¡Miren! Yo encontré un dibujo de mi familia. ¡Derecho a tener una familia!", grita Lucas.

"¡Y yo encontré flores! ¡Derecho al amor y cuidado!", añade Valentina.

El grupo compartió sus tesoros y lo que representaban. Cada uno habló sobre lo que les parecía importante en sus vidas. Al final del día, se sentaron en círculo y reflexionaron sobre lo que habían aprendido sobre los derechos.

"Me doy cuenta que, a veces, no todos tienen los mismos derechos", dijo Sofía pensativa.

"Sí, y debemos asegurarnos de que todos sepan que tienen esos derechos", agregó Lucas.

"¿Qué podemos hacer?", preguntó Valentina.

Sofía se iluminó con una idea brillante. "¡Hagamos una cartelera en la escuela! Incluirá todos nuestros derechos y lo que significan para nosotros. A más personas les gustaría aprender sobre esto".

Los amigos se entusiasmaron y comenzaron a planear el proyecto. Con el tiempo de la escuela, lograron crear una hermosa cartelera llena de dibujos y palabras que explicaban sus derechos: derecho a jugar, derecho a aprender, derecho a expresar sus sentimientos, derecho a ser escuchados y muchos más.

Cuando presentaron su cartelera ante la clase, todos los niños aplaudieron. El maestro se acercó y dijo: "Estoy muy orgulloso de ustedes por compartir y defender sus derechos. Todos los niños del mundo deberían conocer estos derechos. ¡Sigue así!".

Esa respuesta llenó a los niños de alegría.

"Y recuerden, siempre podemos ayudar a otros a conocer y respetar sus derechos. Es nuestra responsabilidad como amigos y ciudadanos!", concluyó Sofía.

Desde aquel día, los niños se comprometieron a jugar juntos, a ayudar a los que se sentían solitarios y a cuidar de los derechos de todos en su barrio. Aprendieron que, además de jugar, también podían ser guardianes de la felicidad y el bienestar de los demás.

Así, todos en el barrio vivieron más felices, siendo conscientes de que cada uno de ellos tenía un lugar en el gran juego de la vida, donde los derechos son un tesoro que todos merecen.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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