Misael y sus amigos en el juego intergaláctico
Había una vez un niño llamado Misael que vivía en un pequeño y colorido pueblo. Misael era un chico muy especial porque tenía unos amigos fuera de este mundo: un marciano llamado Zog, un mono travieso que se llamaba Coco y un enorme pero gentil elefante llamado Timo. Juntos, solían jugar a la pelota todas las tardes en el parque.
"¡Vamos a jugar!" - decía Misael mientras llevaba su pelota brillante de colores.
"¡Sí, ya voy!" - respondía Coco, saltando de rama en rama, siempre lleno de energía.
Zog, el marciano, estaba un poco más lejos, escaneando su entorno con su extraño dispositivo intergaláctico.
"Coco, ¿por qué no dejas de hacer cabriolas y te unes a nosotros?" - le dijo Misael riendo.
Coco hizo una voltereta y aterrizó junto a ellos.
"¡Listo, estoy aquí! Pero, ¿quién va a cuidar la pelota?" - preguntó el mono, que amaba agarrar la pelota con sus manos ágilmente.
Y así, empezaron a jugar. Misael lanzaba la pelota, Timo la recibía con su trompa, Coco saltaba por los aires tratando de atraparla, y Zog la podía lanzar con su fuerza extraterrestre al espacio. Todos se reían y disfrutaban de la tarde soleada.
Un día, mientras disfrutaban de su juego, empezaron a notar que una extraña sombra cubría el parque. Miraron hacia arriba y vieron una nave espacial aterrizando suavemente junto a ellos.
"¿Qué es eso?" - preguntó Misael con curiosidad.
"¡Es mi familia!" - exclamó Zog. Su rostro brillaba de alegría.
De la nave, bajaron varios marcianos que eran tan extraños y coloridos como Zog. Se acercaron y él les presentó a sus amigos.
"Estos son mis amigos de la Tierra, Misael, Coco y Timo. ¡Vamos a jugar a la pelota!" - invitó.
Los marcianos, al principio un poco tímidos, decidieron unirse al juego, pero había un problema: la pelota de Misael no podía volar como ellos.
"Necesitamos una pelota espacial que vuele alto y lejos para que todos puedan jugar" - sugirió Zog.
Coco, con su mente traviesa, tuvo una idea brillante.
"¿Por qué no hacemos una pelota mágica?" - propuso.
El grupo se puso a trabajar. Usando plumas de colores, hojas de varios tamaños y algo de pegamento, crearon una pelota que brillaba en la oscuridad. La nueva pelota era ligera y podía flotar en el aire.
"¡Funcionó!" - exclamó Timoteo mientras la pelota se elevaba hacia el cielo.
Todos estaban emocionados. Así, comenzaron a jugar un nuevo y emocionante juego intergaláctico de una forma diferente. Cada uno de los amigos podía lanzar la pelota a alturas impresionantes, y Timo, con su trompa, se convirtió en el mejor portero.
Pero mientras jugaban, la pelota se fue volando y se perdió en el bosque cercano.
"¡Oh no, la pelota!" - lamentó Coco.
"No se preocupen, yo puedo volar y buscarla" - dijo Zog.
Zog se elevó por los aires, buscó y buscó, pero no encontraba la pelota. En su busca, se dio cuenta de que la verdadera diversión estaba jugando con sus amigos, no solo en tener la pelota. Entonces tuvo una idea.
"¡Esperen! ¡No necesitamos solo una pelota para divertirnos!" - grito.
Descendió al suelo y comenzó a contar historias sobre aventuras en su planeta, mientras Misael y los demás lo escuchaban fascinados. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que la amistad era más valiosa que cualquier juego, y que podían crear diversión de muchas formas.
Al final, aunque no recuperaron la pelota, hicieron un trato: a partir de ese día jugarían a contar historias, inventar nuevos juegos y siempre compartirían su tiempo juntos.
Así fue como Misael, Zog, Coco y Timo aprendieron que la verdadera magia no estaba en una pelota brillante, sino en los momentos que pasaban juntos como amigos.
Cada uno llevó un pedacito de ese día especial a casa y desde entonces, se reunían para imaginar nuevas aventuras, siempre riendo y creando memorias que jamás olvidarían.
Y así, concluyó una jornada llena de risas, diversión y amistad, enseñándole a todos los amigos que juntos se podía crear magia y felicidad sin límites.
FIN.