Mizuri y el dragón feroz



Una mañana soleada, Mizuri despertó llena de energía. Tenía tres trenzas: dos de color rosa y una de color azul que caía por su espalda como un río de color. Hoy iba a ser un día especial, un día de aventuras junto a su novio Iguro, un chico valiente con un corazón enorme y siempre listo para explorar.

- Mizuri, ¿estás lista para nuestra aventura? - preguntó Iguro, mirando a Mizuri con una gran sonrisa.

- ¡Sí! He estado soñando con este momento - respondió Mizuri con entusiasmo, atando sus zapatillas.

Ellos se dirigieron hacia un bosque misterioso que pocos se atrevían a explorar. La leyenda decía que dentro del bosque se encontraba un lugar mágico donde los sueños se hacían realidad. Sin embargo, también habían advertencias sobre un dragón feroz que custodiaba ese tesoro.

Al adentrarse en el bosque, los árboles se hicieron más altos y las sombras más profundas. A medida que caminaban, Mizuri y Iguro escucharon un rugido retumbante desde lo profundo del bosque.

- ¿Escuchaste eso? - preguntó Mizuri, un poco asustada.

- Sí, pero no dejemos que nos detenga. Debemos ser valientes. - dijo Iguro, tomando la mano de Mizuri.

Siguieron caminando hasta que se encontraron con un claro. En el centro, había una enorme cueva, y en la entrada estaba el dragón: inmenso, con escamas que brillaban como el oro y ojos que ardían como fuego.

- ¡Fuera de mi cueva! - rugió el dragón. - Nadie puede pasar.

Mizuri, aunque asustada, decidió hablar. - ¡Espera! No venimos a pelear. Solo buscamos un lugar mágico que se dice que está aquí.

El dragón levantó una ceja, intrigado. - ¿Y por qué debería dejarte pasar?

- Porque - dijo Iguro con determinación - somos dos amigos que creemos en la bondad y en la amistad. Tal vez podamos ayudarte.

- ¿Ayudarme? ¿Cómo? - preguntó el dragón, bajando un poco la guardia.

Mizuri pensó rápidamente. - Si nos dejas pasar, prometemos encontrar algo que te haga feliz. Todos los seres, incluso los dragones, merecen ser felices. ¿Qué te hace falta?

El dragón se quedó en silencio por un momento, y luego suspiró profundamente. - Siempre estoy solo aquí. No tengo a nadie con quien hablar. Solo quiero un amigo.

- Entonces, ¡podemos ser tus amigos! - dijo Mizuri emocionada. - Te enseñaremos a jugar y reír. ¿Qué te parece, Iguro?

- Me encantaría - respondió Iguro, dándole una palmada en la espalda al dragón, que se mostraba sorprendido ante la amabilidad de los chicos.

El dragón, aún dudoso, decidió darles una oportunidad. - Muy bien, les dejaré pasar, pero deben prometernos que volverán a visitarme.

- ¡Prometido! - dijeron Mizuri e Iguro al unísono.

Así que entraron al lugar mágico, donde los árboles estaban llenos de luces de colores y el aire tenía el aroma más dulce que jamás habían olfateado. Juntos jugaron, rieron y aprendieron sobre la amistad y el valor de ser valientes ante el miedo.

Al final del día, cuando se despidieron del dragón, este sonrió con el corazón lleno.

- Nunca pensé que quisiera tener amigos. Ustedes han cambiado mi vida. - dijo el dragón.

- Y tú has cambiado la nuestra - respondió Mizuri.

De regreso a casa, Mizuri e Iguro se prometieron que siempre enfrentarían cualquier desafío juntos, ya sea un dragón feroz o cualquier otro obstáculo que la vida les presentaría. Habían aprendido que la bondad y la amistad pueden vencer incluso el miedo más grande.

Y así, regresaron a su hogar, pero nunca olvidaron esa misteriosa aventura en el bosque y su nueva amistad con el dragón.

- ¡Siempre seremos valientes y amables! - dijo Mizuri mientras se apretaban de la mano.

- ¡Sí! - respondió Iguro con una sonrisa. - ¡Vamos a contarles a todos sobre nuestros nuevos amigos!

Y así, Mizuri e Iguro vivieron felices y llenos de aventuras, sabiendo que siempre podrían superar cualquier obstáculo con el poder de la amistad.

FIN.

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