Moisés y la Magia de las Palabras
Era una vez un niño llamado Moisés que vivía en un pequeño pueblo de Argentina. Tenía 12 años y una gran sonrisa, pero siempre sentía que algo no estaba bien. Moisés era muy flaquito y tenía dificultad para leer. En la escuela, sus compañeros le ponían apodos como —"pajarito" o "flaco de hecho". Esto lo hacía sentir triste y solo, y a veces deseaba poder ser como uno de esos niños que dominan el arte de leer y escribir sin esfuerzo.
Un día, mientras caminaba por el parque después de clases, Moisés encontró un libro viejo tirado entre las hojas. Era grande y polvoriento, pero lo que más le llamó la atención eran las ilustraciones de criaturas mágicas y paisajes fantásticos.
"¿Qué será este libro?" - murmuró Moisés, mirándolo con curiosidad.
Decidió llevárselo a casa. Esa noche, mientras hojeaba sus páginas, notó que algunas palabras parecían brillar. Sin pensarlo, comenzó a leerlas en voz alta:
"Erneverus, el dragón de los sueños, puede volar más alto que los rascacielos..."
De repente, un destello iluminó su habitación y, para su asombro, apareció un dragón diminuto, no más grande que un gato.
"¡Hola, Moisés! Soy Pluma, el dragón de los sueños. He escuchado tus problemas y he venido a ayudarte" - dijo el dragón con una voz suave.
"¿Yo? ¿Ayudarme?" - preguntó Moisés, maravillado y un poco asustado.
"Sí, tú. Juntos podremos encontrar la magia de las palabras y aprender a aceptarte como eres" - respondió Pluma, revoloteando a su alrededor.
Los días siguientes, Moisés se convirtió en el mejor amigo de Pluma. Juntos viajaron a lugares donde las palabras cobraban vida. Aprendieron que las palabras tenían un poder especial: la de contar historias, hacer reír y hasta crear amigos.
"Moisés, cada vez que lees, estás creando un mundo nuevo. No importa si no lo haces tan rápido como los otros, lo importante es que lo disfrutes" - le decía Pluma mientras volaban sobre un arcoíris de letras.
Con cada viaje que hacían, Moisés se sentía más confiado. Un día, Pluma le propuso un reto: ofrecer una historia en la clase de literatura.
"Pero a mis compañeros no les interesa lo que tengo para decir. Me ponen apodos porque no estudio lo suficiente" - se lamentó Moisés.
"Ese es el poder de las palabras, amigo. Si compartís tu historia, ellos se darán cuenta de lo brillante que sos" - insistió el dragón.
Finalmente, tomó el valor necesario, preparó una historia sobre sus aventuras con Pluma y la leyenda del dragón de los sueños. Cuando llegó el día de la presentación, se sintió nervioso pero, al mismo tiempo, entusiasmado.
"Hoy voy a contarles sobre un amigo que me enseña a volar con las palabras" - inició Moisés, mirando a sus compañeros.
Mientras narraba su historia, notó que la clase lo escuchaba con atención y sonrisas. Al terminar, fue recibido con aplausos y una energía que nunca había sentido antes.
"Che, Moisés, ¡sos un genio!" - dijo uno de sus compañeros, olvidando por un momento los apodos.
"Sí, flaco, ¡sos un gran narrador!" - añadió otro.
Ese día cambió todo. Moisés comprendió que no importaban ni su físico ni su velocidad para leer. Lo importante era su voz y su manera de contar las cosas.
La magia que había descubierto con Pluma lo acompañó en su día a día.
Moisés se dio cuenta que aceptarse a uno mismo era el primer paso para ser feliz. Y aunque Pluma eventualmente tuvo que regresar a su mundo, su lección siempre permaneció con él. Desde entonces, los apodos se convirtieron en un símbolo de lo especial que eran, los espacio en los que podía brillar.
Así, Moisés siguió conociendo el poder de las palabras. Cada página que leía transformaba su miedo en una historia, y al hacerlo, sus compañeros aprendieron también a valorar lo que él traía a su vida: un brillo especial que solo él podía ofrecer. Y así vivieron, llenos de historias, amigos y la magia de aceptarse a uno mismo.
FIN.