Monserrat y su Viaje a la Luna
Había una vez una niña llamada Monserrat, que vivía en un pueblito donde las estrellas brillaban más que en cualquier otro lugar. Desde muy pequeña, Monserrat soñaba con cosas extraordinarias. Una noche, mientras miraba el cielo estrellado desde su ventana, decidió que quería viajar a la luna en un avión.
"¿Cómo sería volar a la luna?", se preguntaba Monserrat con ojos llenos de asombro.
Al día siguiente, compartió su sueño con su mejor amigo, Mateo, un niño curioso y aventurero.
"¡Eso sería increíble! Pero los aviones no pueden volar hasta la luna", le dijo Mateo, un poco dudoso.
"Ya sé, pero maybe ¡podemos inventar uno!" respondió Monserrat con una sonrisa.
Después de la escuela, ambos amigos se pusieron manos a la obra. Comenzaron a coleccionar materiales que encontraban en el patio y la casa. Cartones, papeles de colores, botellas y hasta un viejo ventilador que habían encontrado en el cobertizo.
Con mucho entusiasmo y creatividad, comenzaron a construir su propio avión. En cada paso, se ayudaban mutuamente.
"¡Ayudame a sostener esto, Monse!" exclamó Mateo mientras intentaba pegar las alas.
"¡Ya voy! ¡Qué emoción!", gritó Monserrat mientras pasaba otro trozo de cinta adhesiva.
Cuando terminaron, se dieron cuenta de que su avión era un verdadero espectáculo. Tenía alas brillantes y una cabina muy colorida. Solo había un pequeño problema, ¡no volaba!"No importa, ¡esto es solo el comienzo!" dijo Monserrat, con determinación.
Decidieron organizar un desfile en su barrio para mostrar su creación. Invitaron a todos los vecinos, y con un poco de música, comenzaron a presentar su avión hecho a mano.
"¡Ese es el avión que volará a la luna!" anunciaba Monserrat con una gran sonrisa.
Los vecinos se acercaron, algunos aplaudían y otros miraban con curiosidad.
"¡Qué original!", comentó la señora Elena, mientras su perro movía la cola.
"¡Me encantaría volar a la luna!" dijo el señor Roberto, riendo.
La energía del evento les dio a Monserrat y Mateo una idea aún mejor. Decidieron pedirle a sus amigos que le escribieran cartas a la luna.
"Las cartas pueden llevar nuestros sueños!" dijo Mateo emocionado.
Así que bajo la luz de la luna llena, todos se reunieron en el patio de Monserrat, escribieron sus cartas y luego las colocaron en globos.
"¡Que nuestros sueños vuelen a la luna!" exclamó Monserrat al soltar el primer globo.
Con los globos subiendo alto en la noche, Monserrat y Mateo se sintieron más cerca de su sueño. Sin embargo, un fuerte viento sopló y uno de los globos, en lugar de volar hacia la luna, se desvió hacia el bosque cercano.
"¡No! ¡Mi carta!" gritó Mateo.
"Vamos a rescatarla", dijo Monserrat sin dudar.
Los dos amigos corrieron hacia el bosque, y mientras lo buscaban, se encontraron con un pequeño búho que los miraba curioso.
"¿Qué hacen por aquí?" preguntó el búho con su voz sabia.
"Buscamos una carta que se voló con un globo. ¡Tiene nuestros sueños!" respondió Monserrat con esperanza.
"A veces, los sueños se desvían, pero eso no significa que no puedan encontrarse", dijo el búho mirando a los niños.
Así que Monserrat y Mateo siguieron adelante. Finalmente, encontraron su carta atorada en una rama.
"¡Lo logramos!" gritó Monserrat, aliviada.
"¡Sí, podemos seguir soñando!" dijo Mateo abrazando a su amiga.
Esa noche, mientras se acomodaban en sus camas, Monserrat sonrió al pensar que su sueño había crecido. Era más que solo un viaje a la luna. Había aprendido sobre la amistad, la creatividad y la importancia de nunca rendirse.
"Mañana, seguiremos inventando más cosas juntos", dijo Monserrat desde su cama.
"¡Claro! ¡Vamos a construir un cohete!" respondió Mateo con entusiasmo.
Y así, en un pequeño pueblo donde las estrellas brillaban más que en cualquier otro lugar, dos amigos se propusieron seguir alcanzando sus sueños, uno tras otro, sin importar cuán altos fueran.
Y aunque nunca volaron a la luna, sus corazones siempre estaban llenos de sueños que sí lo hacían.
Y así fue como Monserrat aprendió que a veces el viaje es más importante que el destino.
FIN.