Morita y el Pollito Inesperado



Había una vez una pequeña niña llamada Morita a la que le gustaba hacer todas las cosas que las niñas hacen: jugar a la pelota, trepar árboles, carreras de velocidad con sus amigas y demás. Un día, Morita estaba jugando en el parque cuando escuchó un suave y coqueto "pio pio".

- ¿Qué es ese ruido? - se preguntó Morita, curiosa.

Siguió el sonido y se encontró con un pequeño pollito amarillo que había quedado solo, mirando al mundo con ojos brillantes.

- ¡Hola! - dijo el pollito. - Soy Pipo, y estoy buscando a mi mamá.

Morita no estaba muy convencida de querer un pollito. Su vida era más divertida sin responsabilidades, o eso pensaba.

- No, gracias. No quiero un pollito. - respondió Morita.

Pipo bajó la cabecita, pero rápidamente se animó y dijo:

- ¿Sabés? Teniendo un pollito podés hacer muchas cosas divertidas, como construirle una casita y jugar a esconderse.

Morita se imaginó lo divertido que sería. Pero enseguida se acordó de todas las cosas que ya hacía y se sintió apenada por Pipo.

- Está bien, pero no prometo quedarme con vos. - dijo Morita, intentando ser firme.

Así, Pipo siguió a Morita mientras jugaba su partido de fútbol. A veces, el pollito se metía en medio de la pelota y todos reían.

- ¡Mirá cómo juega! - dijo una de sus amigas. - ¡Es como un jugador más!

Morita sonrió. Era verdad. Pipo era un gran compañero, aunque se esforzaba mucho por patear la pelota.

Al cabo de un rato, el sol comenzó a bajar y Morita miró a su alrededor.

- Qué lindo fue jugar con vos, pero todavía no me convenzo de que quiera un pollito como mascota. - dijo Morita con sinceridad.

- Entiendo. Pero imaginate cuántas aventuras podríamos tener juntos. - insistió Pipo.

Morita decidió que debía ayudar a Pipo a encontrar a su mamá. Así que se embarcaron en un pequeño viaje por el parque, preguntando a los otros animales si habían visto a alguna gallina.

- ¡Hola, Conejito! - dijo Morita. - ¿Has visto a una gallina por aquí?

- No, pero escuché que anda por el lado del lago. - respondió el conejo, saltando alegremente.

Morita puso sus manos en sus caderas y dijo:

- ¡Vamos rápido, Pipo! ¡Tu mamá debe estar cerca!

Llegaron al lago y se encontraron con una mamá gallina cruzando el camino con sus patitos. Pipo salió corriendo.

- ¡Mamá! - gritó, contento.

La gallina se dio vuelta y, al ver a su pollito, corrió hacia él, abrazándolo.

- ¡Pipo! ¡Te estaba buscando por todo el parque! - exclamó la gallina con alivio.

Morita contempló la escena, sintiéndose un poco triste por tener que despedirse de su nuevo amigo. Pero, al mismo tiempo, se sintió feliz al verlos reunidos.

- Gracias, Morita. ¡Fuiste una gran amiga! - le dijo Pipo mientras se alejaba con su mamá.

- ¡Esperá! - llamó Morita. - ¡No te vayas! ¡Yo... yo quiero quedarme en contacto contigo! - dijo, sintiendo cómo su corazón comenzaba a llenarse de alegría y emoción.

- ¡Claro! - respondió Pipo. - Siempre que quieras, ven a visitarnos. ¡Siempre hay lugar para la amistad!

Y así, aunque al principio Morita no quería un pollito, había encontrado mucho más. Había aprendido sobre la amistad y el valor de ayudar a los demás.

Desde ese día, Morita y Pipo se volvieron los mejores amigos. Y Morita comprendió que, a veces, las mejores cosas llegan cuando menos las esperás.

FIN.

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