Morocho y el Jardín Escondido



En un reino muy lejano, más allá de los bosques densos y las montañas nevadas de Arandelia, vivía un niño conocido como Morocho. Era un pequeño valiente, con ojos como dos esferas de fuego y el cabello tan negro como una noche profunda y sin luna. Morocho vivía en el Palacio del Rey Lúcio, un lugar lleno de magia y aventuras.

Un día, mientras exploraba los jardines del palacio, Morocho escuchó un susurro proveniente de un arbusto espeso. Al acercarse, se encontró con una pequeña hada que parecía preocupada.

"¡Ayuda, por favor!" - exclamó el hada con una voz suave y melodiosa. "Mi hogar, el Jardín Escondido, ha sido maldecido por un antiguo hechizo. Los colores se han apagado y las flores ya no crecen. Sin el poder del jardín, la alegría de Arandelia se desvanecerá."

Morocho, decidido a ayudar, le preguntó al hada cómo podía romper la maldición.

"Debes encontrar tres objetos mágicos y reunirlos en el corazón del jardín. Solo así, el hechizo se levantará" - respondió alada.

Sin dudarlo, Morocho se embarcó en la aventura. Su primer destino era el Valle de los Susurros, donde se decía que había una piedra brillante custodiada por un viejo y sabio dragón. Al llegar, se encontró con el dragón, cuyas escamas relucían como el oro al sol.

"¿Por qué has venido, pequeño?" - preguntó el dragón con voz profunda.

"Vengo a buscar la piedra brillante para ayudar a la hada. ¿Me la darías?" - Morocho respondió con valentía.

"Solo la obtendrás si logras resolver un acertijo" - dijo el dragón. "¿Qué es lo que siempre corre, nunca camina, tiene una boca pero nunca habla?"

Morocho pensó intensamente y, tras unos momentos, sonrió.

"¡El agua!" - exclamó.

"Sabes responder con inteligencia, pequeño. Aquí tienes tu piedra" - dijo el dragón, entregándole la piedra brillante.

Con la primera prueba completada, Morocho continuó su viaje hasta el Lago de los Espejos. Allí, debía encontrar una pluma de un ave fénix que vivía en lo alto de una montaña.

Al llegar, se dio cuenta de que el camino estaba lleno de desvíos y trampas. Pero, con su agudo ingenio, logró encontrar la ruta correcta. Una vez que llegó a la cima, vio al fénix descansando.

"¡Eres valiente por llegar tan lejos! ¿Qué deseas, joven?" - dijo el fénix con una voz melodiosa.

"Necesito una pluma para romper una maldición."

"Toma una pluma, pero no olvides que el valor y el corazón son más importantes que cualquier objeto mágico" - respondió el fénix, dándole una hermosa pluma dorada.

Con la pluma en mano, Morocho se encaminó al último destino: la Montaña de la Sabiduría, donde debía encontrar una gota de rocío de la flor más antigua del reino.

Al encontrar la flor, se dio cuenta de que estaba custodiada por un anciano árbol que hablaba.

"Muchacho, ¿por qué deseas la gota de mi flor?" - preguntó el árbol con voz profunda.

"Quiero ayudar a un hada y restaurar el Jardín Escondido" - Morocho respondió, mirándolo a los ojos.

"Si es por una noble causa, aquí tienes tu gota. Pero recuerda, lo más valioso son los actos de bondad y la amistad" - dijo el árbol, dejando caer la gota de rocío.

Con los objetos mágicos recolectados, Morocho regresó al Jardín Escondido donde el hada lo esperaba ansiosamente.

"¿Lo lograste?" - preguntó el hada, sus ojos brillando de esperanza.

Morocho colocó la piedra, la pluma y la gota en el centro del jardín. Al instante, un resplandor iluminó el lugar, las flores comenzaron a florecer y los colores regresaron con vida.

"Lo lograste, amable Morocho" - dijo el hada con alegría. "Gracias a tu valentía y bondad, el jardín volverá a ser un lugar mágico."

Desde aquel día, Morocho no solo fue conocido como el valiente del reino, sino también como el niño que restauró el Jardín Escondido gracias a su inteligencia, su coraje y su medida de bondad.

La moral de la historia: La verdadera magia reside en nuestros actos de bondad y en la valentía de ayudar a los demás en momentos de necesidad.

FIN.

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