Muletas de Amistad
Había una vez una familia muy especial. Estaba conformada por papá, mamá y dos hijos: Sofía y Tomás. Sofía era una niña alegre y curiosa, siempre dispuesta a explorar el mundo que la rodeaba.
Por otro lado, Tomás era un niño tímido pero con mucha imaginación. Un día, mientras jugaban en el parque, Sofía se cayó de un árbol y se lastimó su pierna derecha.
Después de visitar al médico, descubrieron que Sofía había sufrido una lesión que requeriría usar muletas durante algún tiempo. Cuando volvieron a casa, los padres de Sofía estaban preocupados sobre cómo iba a reaccionar ella ante esta nueva situación.
Pero lo que no sabían es que no solo sería difícil para Sofía aceptarlo, sino también para ellos mismos. Al principio, Sofía se sentía triste y frustrada porque no podía hacer las mismas cosas que antes. No podía jugar fútbol con sus amigos o correr como solía hacerlo.
Además, le costaba mucho aceptar las miradas curiosas de otras personas cuando caminaba con sus muletas. Una tarde, mientras estaba sentada en su habitación pensando en todo esto, escuchó un ruido proveniente del armario.
Al abrirlo encontró a su hermano Tomás escondido entre la ropa. "¡Tomás! ¿Qué haces aquí?"- preguntó sorprendida Sofía. "Quería hablar contigo"- respondió tímidamente Tomás. "¿De qué quieres hablar?"- preguntó ella curiosa. Entonces Tomás comenzó a contarle a Sofía que él también tenía una dificultad.
Aunque no era física, su dificultad estaba en su manera de aprender. Tomás le explicó que le costaba mucho leer y escribir, y que a veces se sentía diferente a los demás niños.
Sofía quedó sorprendida al escuchar esto, ya que nunca había notado la dificultad de su hermano. Pero lo más importante fue cómo Tomás le dijo que había aprendido a aceptarlo y trabajar con ello.
"Al principio me sentí triste y frustrado, pero luego entendí que todos somos diferentes y eso está bien"- dijo Tomás. "¿Cómo hiciste para aceptarlo?"- preguntó Sofía intrigada. "Hablando con mamá y papá, ellos me ayudaron a entenderlo mejor.
También descubrí cosas en las que soy bueno y eso me hizo sentir especial"- respondió Tomás. Sofía sonrió al escuchar las palabras de su hermano. Entendió entonces que tener una discapacidad o dificultad no significaba ser menos capaz o valioso.
Comenzó a pensar en todas las cosas maravillosas que podía hacer incluso con sus muletas. Al día siguiente, Sofía decidió hablar con sus padres sobre cómo se sentía. Les contó sobre la conversación con Tomás y les pidió ayuda para aceptar su nueva realidad.
Sus padres estaban emocionados por el hecho de poder apoyarla en este proceso de aceptación. Juntos comenzaron a buscar actividades nuevas en las cuales Sofía pudiera participar sin problemas.
Descubrieron el mundo del arte y la pintura, donde Sofía demostró un talento increíble. También encontraron un equipo de básquet adaptado donde Sofía aprendió a jugar y hacer nuevos amigos.
Con el tiempo, Sofía se dio cuenta de que su discapacidad no la definía, sino que era solo una parte de quién era. Aprendió a amar y aceptar su cuerpo tal como era, encontrando fuerza en sus diferencias. Y así, esta familia especial siguió adelante enfrentando juntos los desafíos que la vida les presentaba.
Aprendieron a valorar las capacidades únicas de cada uno y a luchar por sus sueños sin importar las dificultades que pudieran encontrar en el camino. Fin.
FIN.