Nada me detiene
Era un soleado día en la pequeña ciudad de Esperanza, donde vivía un niño llamado Julián. Julián era un apasionado de los deportes, pero había algo en particular que amaba: el fútbol. Cada tarde, después de terminar sus tareas escolares, se juntaba con sus amigos en la plaza para jugar.
Un día, al llegar a la plaza, Julián se encontró con una noticia inesperada. Su amigo Lucas le dijo:
"Che, Juli, escuchaste? Hay un torneo de fútbol en el club y el primer premio es una pelota firmada por el jugador favorito de todos, Agustín Gómez."
Los ojos de Julián brillaron al escuchar eso. Siempre había soñado con tener una pelota como esa.
"¡Es mi oportunidad! Tengo que participar", respondió Julián emocionado.
Pero cuando llegó la semana del torneo, Julián escuchó rumores en la escuela. Algunos chicos decían que el equipo de los mayores iba a participar y que era casi imposible vencerlos.
"No hay forma de que ganemos, esos chicos son buenísimos", comentó Mateo, otro de sus amigos.
"Pero si no lo intentamos, nunca lo sabremos", dijo Julián, decidido a seguir adelante. Los amigos se miraron entre sí, llevando una mezcla de duda y esperanza.
"Bueno, entonces vamos a entrenar todos los días para dar lo mejor de nosotros", sugirió Lucas. Y así lo hicieron, llenando sus tardes de pases, regateos y risas.
El día del torneo llegó. Las gradas estaban llenas de padres y amigos. Julián, nervioso pero emocionado, se preparó junto a su equipo. Cuando saltaron al campo, el rival los miró con desdén.
"¿Estos son los que vienen a competir?", se burló uno de los chicos mayores.
Eso hizo que Julián dudara un instante. Sin embargo, se acordó de todo lo que había trabajado junto a sus amigos y decidió no rendirse.
"¡Vamos, equipo! A jugar y a disfrutar", gritó Julián.
El silbato sonó, y el partido comenzó. Al principio, las cosas fueron complicadas. El equipo de los mayores fue rápido y anotó un gol en los primeros minutos.
"¡No hay que rendirse!", gritó Julián mientras el equipo volvía al medio campo.
Con cada jugada, los amigos comenzaron a mejorar, a pasar la pelota, a defender mejor. Julián tomó el balón y con una jugada magnífica, pasó a varios jugadores del equipo rival.
"¡Mirá a Julián! ¡Vamos!", le animaron sus amigos desde la línea.
Pero justo cuando estaba a punto de patear y hacer el gol, un chico del equipo adversario lo empujó. Julián cayó al suelo y el árbitro pitó falta.
"¡Hacete el fuerte, Juli!", le gritaron desde la tribuna.
Julián se levantó con determinación. En vez de dejarse vencer por la caída, se limpió las rodillas, miró a sus amigos y sonrió. La falta se sancionó con un tiro libre.
"¡Yo lo pido!", dijo Julián.
Se colocó detrás del balón, respiró hondo y pateó con todas sus fuerzas. El balón voló directo a la red y... ¡Gooool! Los gritos y aplausos estallaron en la plaza.
Su equipo estaba emocionado; habían empatado el partido. Conectaron más, se apoyaron y lucharon con todas sus fuerzas. Y, a pesar de que no ganaron el torneo, se llevaron el premio más valioso: la satisfacción de haber dado lo mejor de sí mismos y la alegría de compartir ese momento juntos.
Al final del día, mientras todos se iban, Julián fue recibido por sus amigos.
"¡Qué grande, Juli! ¡La rompiste!", le dijeron.
"No ganamos, pero fue increíble jugar así juntos", respondió Julián, sonriendo.
Esa tarde, Julián aprendió que no hay que desanimarse por las dificultades y que lo más importante es esforzarse, disfrutar y hacer cosas con amigos. Aunque el título se lo llevara otro equipo, para él el verdadero premio era haber jugado con pasión y haber dado su máximo. Desde ese día, Julián sabía que "Nada me detiene".
FIN.