Nahia e Ian y la Aventura de las Kakitas
Érase una vez una madre llamada Reina Kakita, quien vivía en un hermoso reino rodeado de montañas verdes y un río que brillaba como joyas. Tenía dos maravillosos hijos: Nahia, una chica angelical con una sonrisa que iluminaba el día, y Ian, un joven que se parecía a un príncipe de los montes del país.
La madre, Reina Kakita, tenía un regalo especial: podía crear deliciosas kakitas de olivo, que eran muy apreciadas en todo el reino. Un día, mientras estaban juntos en el palacio, Reina Kakita decidió preparar un gran festival para compartir sus kakitas con todos los habitantes del reino.
"¡Ian, Nahia! ¡Este año será diferente! Vamos a hacer un gran festival y necesitamos muchas kakitas para compartir con todos", anunció la madre.
"¡Sí, mamá! ¡Será divertido!", respondió Ian, mientras imaginaba a los amigos del pueblo disfrutando las deliciosas kakitas.
"Yo me encargaré de adornar el palacio con flores y luces", dijo Nahia, emocionada.
Así que, juntos comenzaron sus preparativos. Nahia fue al jardín a recolectar las flores más hermosas, mientras que Ian ayudaba a su madre en la cocina. Sin embargo, cuando estaban listos para comenzar a cocinar, se dieron cuenta de que les faltaban algunos ingredientes.
"¡No puede ser! No hay suficientes olivas!", exclamó Reina Kakita.
"¡Yo puedo ir a buscar más!", propuso Ian, con determinación.
"No, Ian. Es peligroso ir solo al bosque. Voy contigo", dijo Nahia, preocupada.
Así que, armados con una cesta y un mapa, los dos hermanos se adentraron en el bosque. Mientras caminaban, se encontraron con un viejo árbol con un gran agujero en su tronco.
"¿Viste eso, Nahia? Quizás ahí se esconden las mejores olivas", dijo Ian, curioso.
"¡Vamos a investigar!", respondió Nahia.
Cuando se acercaron, escucharon un suave llanto. Era un pequeño pajarito atrapado en el agujero del árbol.
"¡Pobre pajarito!", exclamó Nahia. "Debemos ayudarlo."
"Pero no podemos perder tiempo, estamos buscando olivas", replicó Ian.
Nahia miró a su hermano con firmeza.
"Ian, ayudar a otros es importante, ¡las kakitas no valen nada si no tenemos compasión!"
Ian, conmovido por las palabras de su hermana, asintió. Juntos, lograron liberar al pajarito, que al volar les agradeció cantando una hermosa melodía.
"Gracias, buenos amigos", dijo el pajarito. "Si necesitan algo, solo tienen que pedirlo."
Continuaron su camino y, para su sorpresa, encontraron un árbol repleto de olivas brillantes. Recolectaron tantas que su cesta se llenó hasta los bordes.
"¡Mirá cuántas encontramos!", dijo un feliz Ian.
"¡Esto es maravilloso! Ahora podemos volver y hacer las kakitas", sonrió Nahia.
Al regresar al palacio, la Reina Kakita se emocionó al ver las olivas. Juntos, prepararon las más deliciosas kakitas de olivo que se hayan probado.
El día del festival, el reino se llenó de risas, juegos y, por supuesto, ¡de kakitas deliciosas! La madre sonreía al ver la felicidad de su pueblo.
Al final del día, el pajarito regresó.
"¡Volví! Quiero agradecerles por ayudarme hoy. Como muestra de mi gratitud, les traigo un regalo.¡Aquí tienen!", dijo, dejando caer una pequeña pluma dorada.
"¿Qué haríamos con una pluma, pajarito?", preguntó Ian, confuso.
"Esa pluma les otorgará valor para ayudar a los que lo necesiten. Nunca duden en usarla", respondió el pajarito.
Los hermanos sonrieron, dándose cuenta que la verdadera magia de la pluma estaba en el valor de ayudar a otros, tal como habían hecho con él.
"Siempre nos recordaremos de esto, Nahia", dijo Ian, abrazando a su hermana.
"Y siempre habrá un lugar para compartir nuestras kakitas con aquellos que lo necesitan", agregó Nahia, mirando al hermoso horizonte.
Desde aquel día, los hermanos y la Reina Kakita no solo compartieron sus deliciosas kakitas, sino que también compartieron sus corazones con todos los que los rodeaban, llevando alegría y compasión a cada rincón de su mágico reino.
FIN.