Nahuel y el Día de Lluvia
Era un día gris y lluvioso en la ciudad. El cielo estaba cubierto de nubes, y la lluvia caía a cántaros. Nahuel, un niño de siete años con una gran curiosidad por el mundo, miraba por la ventana mientras las gotas de agua corrían por el cristal.
-Mamá, ¿tenemos que ir a la escuela hoy? -preguntó Nahuel, con un puchero.
-Sí, Nahuel, la escuela es importante, incluso si llueve -respondió su madre, sonriendo mientras le ponía la chaqueta.
Nahuel miró por un instante los charcos que se formaban en la calle. -Pero, ¿y si me mojo? -se quejó.
-Bueno, por eso tenemos un paraguas. Además, siempre podemos saltar en los charcos -dijo su mamá, y Nahuel sonrió al recordar cuánto le gustaba eso.
Una vez listos, salieron de casa. Al abrir la puerta, una ráfaga de aire fresco les dio la bienvenida, y el sonido de la lluvia era como una canción alegre. Nahuel y su mamá tomaron el paraguas y comenzaron a caminar hacia la escuela.
Por el camino, Nahuel empezó a notar algo curioso. -Mamá, mira las gotas de agua en el paraguas. Forman pequeñas perlas -exclamó, mirando con asombro.
-Sí, son como joyas que la lluvia nos regala -dijo su mamá, riendo. -La naturaleza tiene formas muy creativas de sorprendernos.
Mientras caminaban, Nahuel vió a sus amigos bajo un refugio, resguardándose de la lluvia. -¡Nahuel! -gritó uno de ellos- ¡Ven con nosotros! ¡Es un dia de lluvia, ven a jugar!
Nahuel se detuvo un momento. -Pero tengo que ir a clases -dijo, un poco desconcertado.
-Pero está lloviendo, podemos hacer una guerra de agua -insistió su amigo. Nahuel sintió un tira y afloja en su corazón. La lluvia podía ser divertida, pero también sabía que la escuela era un lugar importante para aprender algo nuevo.
-Mamá, ¿podemos quedarnos un ratito? -preguntó Nahuel, mirando a su madre con ojos de cachorro.
-Si son solo diez minutos, yo te espero aquí -dijo su mamá, riendo.
Nahuel sonrió y, sin pensarlo dos veces, se unió a sus amigos. Jugaron en los charcos, saltando de un lado a otro, y gritando de alegría mientras el agua se salpicaba por todas partes. Pero, de repente, una gran risa resonó sobre el sonido de la lluvia.
-¡Mirá! -gritó uno de sus amigos- ¡se nos viene un barco de papel!
Nahuel miró hacia el arroyo que se había formado en la calle, y vio cómo un pequeño barco de papel navegaba a toda velocidad por el agua. Su curiosidad lo llevó a seguirlo. Junto a sus amigos, se metieron al agua, riendo. Pero, cuando pasaron junto a una alcantarilla, el barco se desvió.
-¡No, vuelve, vuelve! -gritó Nahuel, estirando la mano.
Desesperado, corrió tras el barco, pero terminó mojándose por completo bajo la lluvia. -¡Hay que atraparlo! -dijo uno de sus amigos, y todos empezaron a correr.
Sin embargo, al instante siguiente, el barco quedó atrapado en un pequeño remolino. Todos se quedaron mirando. -¡Ay no! -dijo Nahuel.
En ese momento, su mamá se acercó. -¿Qué pasa, Nahuel? -preguntó, mientras los chicos miraban al barco con tristeza.
-Ese barco -dijo Nahuel, señalando al remolino- es el mejor barco de la historia. Y no quiero que se pierda.
-¿Y si lo ayudamos a encontrar un nuevo camino? -sugirió su mamá, sonriendo.
Con la ayuda de todos, empezaron a hacer más barcos de papel con los folletos del colegio que tenían en sus mochilas. Con cada nuevo barco, los chicos gritaban: -¡Uno, dos, tres, a navegar! -y lanzaban sus creaciones al agua. Al principio el viento se llevaba algunos, pero a medida que los barcos comenzaban a navegar, Nahuel notó que trabajaban en equipo, unos empujaban, otros guiaban.
-¡Mirá, ese va bien! -exclamó una niña mientras aplaudía.
Finalmente, hicieron un barco lo suficientemente grande como para ayudar a todos los pequeños compañeros a llegar al otro lado del arroyo sin que se perdieran. El barco se adentró en el agua y, sorprendentemente, comenzó a avanzar hacia el remolino, logrando salir del peligro. Todos aplaudieron entre risas y gritos de alegría.
-Llegó a la orilla -dijo Nahuel, emocionado.
-Bueno, ya fue un ratito, ¿ahora sí a la escuela? -preguntó su mamá, y Nahuel suspiró.
-Sí. Pero fue muy divertido. -dijo Nahuel, mirándola con una sonrisa brillante, y sintió que aprendió algo importante. No sólo sobre barcos, sino sobre la amistad, el trabajo en equipo y disfrutar de los pequeños momentos, incluso bajo la lluvia.
Así, con el paraguas abierto y los zapatos empapados, Nahuel y su mamá continuaron su camino hacia la escuela, pero ahora con muchas historias que contar y la promesa de otro día de juego, incluso cuando lloviera.
FIN.