Nahuel y el Ser Mitológico
Era un día normal en la escuela de Nahuel. Los chicos estaban atentos a lo que el profesor decía en clase de ciencias, cuando de repente, la alarma de incendio sonó estruendosamente. – ¡Todos afuera! – gritó la maestra, y los estudiantes, a pesar de su curiosidad, se apuraron a salir del aula a la vez.
Cuando Nahuel llegó al patio, la confusión reinaba. Todos corrían, pero él se quedó paralizado al ver algo extraordinario. En una esquina, debajo de un árbol viejo, había un ser mitológico: un centauro, con un cuerpo robusto de caballo y un torso humano.
- Hola, joven Nahuel. Soy Tirenio, un centauro del bosque de las leyendas. – dijo la criatura. Nahuel, que nunca había creído en criaturas fantásticas, frotó sus ojos sorprendido.
- ¿Yo? ¿Por qué me hablas a mí? – preguntó, asombrado.
- Te he estado buscando. Necesito tu ayuda para encontrar a mi hermano que se ha perdido en el mundo humano. – explicó el centauro.
- ¿Cómo puedo ayudarte yo? No tengo poderes mágicos ni nada extraordinario. – respondió Nahuel, un poco inseguro.
- Tu corazón es valiente, y eso es lo que más importa. Vamos a buscarlo juntos. – Tirenio sonrió.
Nahuel, con un poco de miedo pero mucha curiosidad, asintió. Se adentraron en el bosque cercano, donde los árboles estaban llenos de vida, y los sonidos de la naturaleza resonaban por doquier.
- Escucha bien, Nahuel. Debemos prestar atención a los signos que la naturaleza nos da. – dijo Tirenio mientras caminaban.
Mientras exploraban, notaron unas huellas grandes en la tierra.
- ¡Mirá! ¿Serán de tu hermano? – preguntó Nahuel emocionado.
- Sí, esas son. ¡Vamos! – exclamó Tirenio, acelerando el paso.
Siguieron las huellas hasta que llegaron a un arroyo. Allí, se sentaban unos niños jugando con una gran pelota de colores.
- Oye, chicos, ¿han visto a un centauro perdido? – preguntó Tirenio.
Los niños se miraron, sorprendidos, pero uno de ellos respondió. – ¡Sí! Vimos uno, pero se metió al bosque buscando flores mágicas.
- Una pista es una pista – dijo Nahuel con determinación.
Entonces, continuaron su búsqueda, esta vez en dirección opuesta. Mientras tanto, Tirenio le enseñaba a Nahuel sobre las plantas y los animales del bosque. – Cada ser tiene un papel en la naturaleza, Nahuel. No podemos perder a nadie, y menos a un ser querido. – le decía.
Finalmente, llegaron a un claro donde encontraron a otro centauro, pero era diferente. Tenía el pelaje marrón claro y grandes ojos dulces.
- ¡Hermano! – gritó Tirenio, corriendo hacia él.
- ¡Tirenio! ¡Te estaba buscando! – el centauro respondió.
Nahuel miró con alegría a los dos hermanos reunidos. Se sintió orgulloso de haber ayudado.
- Gracias, Nahuel, por ser tan valiente – le dijo Tirenio.
- No lo hubiese logrado sin vos – respondió Nahuel sonriendo.
En ese momento, se dio cuenta de lo importante que era cuidar a los seres que amamos y cómo la valentía puede hacer que enfrentemos lo desconocido.
Los tres se sentaron bajo un árbol y contaron historias mientras el sol se ocultaba detrás de las montañas. Cuando la tarde se despidió, Nahuel se despidió de sus nuevos amigos, prometiendo cuidarse siempre. Regresó a su escuela con una sonrisa y la certeza de que siempre habría algo mágico por descubrir en la vida.
Desde ese día, Nahuel nunca olvidó lo que había aprendido en su aventura: la importancia de la amistad y el valor de lo conocido y lo desconocido. Así, su historia en el colegio se llenó de nuevas leyendas, no solo en los libros, sino en su corazón.
FIN.