Ñam, el día del gran paseo
Había una vez en un hermoso río de la selva argentina, un cocodrilo llamado Clemente. Clemente era un cocodrilo muy peculiar porque, a pesar de lo que la gente pensara, no tenía ganas de comer nada más que disfrutar de la compañía de los demás animales.
Un día, mientras tomaba el sol en la orilla, escuchó a una cacatúa llamada Clara hablando con un grupo de animados animales.
"Hoy es un gran día para pasear por el río", dijo Clara emocionada.
"¡Sí! ¡Vamos, vamos!" gritaron los demás.
Clemente se unió al grupo sin pensarlo. Aunque sabía que muchos animales se asustaban de él y creían que solo quería comerlos, le encantaba la idea de un paseo. Mientras comenzaban a caminar, vio que la tortuga Teo estaba un poco rezagada.
"¡Hola, Teo!" saludó Clemente. "¿Querés unirte a nosotros?"
La tortuga, un poco nerviosa, respondió:
"No sé, Clemente. A veces me asusta la idea de estar tan cerca de un cocodrilo."
"Entiendo, pero prometo que solo quiero pasear y disfrutar de un buen tiempo juntos", dijo Clemente, tratando de sonar lo más amistoso posible.
Teo dudó, pero finalmente hizo caso a su curiosidad y se unió al grupo. El recorrido fue hermoso, con árboles frondosos y flores de colores. Los animales iban charlando, cantando y riendo juntos. Pero de repente, el camino se tornó complicado.
Delante había un gran tronco caído que bloqueaba el camino. Los más pequeños empezaron a quejarse.
"No podemos pasar, es muy alto", dijo un pequeño pez.
"¿Qué haremos ahora?", preguntó la liebrecita Lía preocupada.
Clemente, viendo cómo un animal tras otro se fruncía el ceño, decidió actuar.
"¡Esperen! Déjenme intentar mover el tronco", dijo, acercándose al obstáculo. Con su fuerza, empujó y empujó, moviendo el tronco lo suficiente para abrir un camino.
"¡Hurra! ¡Clemente es nuestro héroe!" gritaron los animales entusiasmados.
"¡Gracias, Clemente!", dijo Teo, muy impresionado.
Continuaron el paseo, y poco a poco, cada animal empezó a ver a Clemente de una forma diferente. Empezaron a reír y a jugar, y él también.
De repente, escucharon un grito.
"¡Ayuda!" Era el pato Pato, que se había atascado en un pequeño remolino.
"Pato, ¿estás bien?" preguntó Clara, volando cerca.
"No puedo salir, banco de peces me está ahogando", se quejaba.
Clemente, sin pensarlo dos veces, se zambulló en el agua y fue directo al remolino. Con un movimiento rápido, logró guiar a Pato hacia la orilla, ayudándolo a salir del peligro.
"¡Wooow! ¡Clemente es el mejor!", gritaron todos.
Pato, todavía un poco asustado, lo miró e hizo una reverencia.
"Gracias, amigo cocodrilo. Pensé que solo querías comerme, pero ahora veo que tienes un gran corazón."
"A veces es fácil asumir cosas de los demás. Lo importante es abrirse a conocer a los demás sin prejuicios," respondió Clemente modestamente.
La tarde avanzó y todos disfrutaron de su paseo, riendo y conversando. Cuando el sol empezó a esconderse en el horizonte, sabían que había sido un día especial.
"Gracias por este paseo, Clemente", dijo Lía. "Hoy aprendí que no siempre debemos juzgar a alguien por su apariencia".
"¡Exacto! Todos tenemos algo bueno que ofrecer," concluyó Clemente con una gran sonrisa.
Desde aquel día, Clemente ya no era solo un cocodrilo en el río, se había convertido en un querido amigo de todos los animales. La selva se llenó de nuevos cantos y risas, y cada vez que volvían al río, todos se sentían felices de tener un cocodrilo como amigo. Así, Clemente enseñó a todos la importancia de la amistad y la comprensión, demostrando que no debemos dejarnos llevar por los prejuicios.
FIN.