Naranja Sola y Su Aventura Agridulce
Era una vez una Naranja llamada Nara. Nara vivía en un hermoso huerto junto a muchas otras frutas. Era una fruta brillante, de un color anaranjado resplandeciente que hacía que todos sonrieran al verla. Pero Nara tenía un pequeño problema: era muy tímida y le costaba relacionarse con los demás.
Un día, mientras todos los demás jugaban entre sí, Nara se quedó sentada sola en una rama. Observaba cómo las manzanas hacían un juego de equilibrio y las peras se reían a carcajada suelta.
- ¡Oh! ¿Por qué no puedo ser más como ellos? - suspiró Nara, mirando su propia piel rugosa.
Justo en ese momento, un pequeño pajarito llamado Pipo se acercó volando.
- ¿Qué te pasa, Nara? - le preguntó con curiosidad.
- Me gustaría jugar, pero me siento tan distinta... - respondió Nara, un poco triste.
- ¡Pero tú eres especial! Tu jugo es el más delicioso de todos. ¿Has probado hablar de lo que haces? - sugirió Pipo, picoteando una ramita.
Nara se quedó pensando. En efecto, su jugo era dulce y ácido al mismo tiempo, y su textura era jugosa y refrescante. Tal vez, si compartía su historia, podría hacer nuevos amigos.
Al día siguiente, Nara decidió aprovechar el cálido sol y comenzó a hablar con las frutas.
- ¡Hola, amigos! - comenzó, un poco nerviosa. - Soy Nara, y tengo el jugo más rico! Es dulce como el azúcar y también un poco ácido, ¡como una sorpresa en cada sorbo!
Las otras frutas se miraron intrigadas.
- ¡Contanos más! - gritaron las uvas, emocionadas.
Nara continuó:
- Mi textura es jugosa y me encanta hacer felices a los humanos. ¡A veces, me convierten en jugo y me llevan a fiestas en copas grandes!
Al escuchar esto, las frutas comenzaron a preguntarle más.
- ¿En serio? - dijo una manzana con asombro. - ¿A los humanos les gusta tanto tu jugo?
- ¡Sí! - respondió Nara, sintiéndose más segura. - Cuando me exprimen, ¡es como si estuviéramos creando magia líquida!
Las frutas, cada vez más interesadas, empezaron a solidarizarse con Nara.
- ¡Nos encantaría probar un poco de tu jugo! - gritó una pera.
- ¡Sí! Te prometemos que seremos tus amigos y te invitaríamos a jugar cuando quieras! - añadió una frutilla.
Nara sintió una alegría inmensa y comprendió que su singularidad podía ser una fortaleza. Desde entonces, nunca más se sintió sola. Junto a sus nuevos amigos, Nara aprendió que cada fruta, con su forma y sabor, tenía algo especial que aportar.
Con el tiempo, Nara se convirtió en la estrella del huerto. Los humanos acudían en busca de su jugo y siempre compartían historias divertidas sobre cómo las hacían sentirse.
Y así, la Naranja que alguna vez se sintió sola, encontró su lugar y su voz. Ella comprendió que ser diferente era algo maravilloso y que todos podrían brillar a su manera, siempre y cuando se atrevieran a compartir su esencia.
Desde aquel día, cada vez que Nara jugaba con sus amigos, recordaba lo especial que era y cómo su jugo agri-dulce traía sonrisas a todos los que lo probaban.
Y colorín colorado, este cuento ha terminado.
FIN.