Había una vez en un pueblito llamado Puna, una niña llamada Narcisa que soñaba con aprender.
Desde pequeña, Narcisa había esperado con ansias ir a la escuela.
Observaba a los demás niños con sus mochilas y libros, corriendo felices hacia el colegio.
Pero había un problema, su abuela no podía permitírselo.
- "¿Por qué no puedo ir, abuela?" - preguntaba Narcisa con ojos llenos de ilusión.
- "Mi querida, no tenemos dinero ni para comprar comida, mucho menos para libros y útiles escolares" - respondía su abuela, con tristeza en su voz.
Narcisa comprendía pero no dejaba de soñar.
Un día, mientras estaba en el patio, vio a un grupo de niños jugar con una pelota.
Se acercó a ellos y les preguntó:
- "¿Qué están haciendo?"
- "Estamos jugando a ser grandes y aprender cosas nuevas" - dijo uno de los niños.
- "Me encantaría ser parte de eso" - respondió Narcisa con anhelo.
Decidida a no rendirse, Narcisa comenzó a juntar hojas y ramitas para hacer sus propios libros.
Escribía con un pedazo de carbón sobre las hojas.
Su abuela, viendo su esfuerzo, le dijo:
- "Narcisa, tu alegría imagino debería llevarte a algo mejor.
Nunca dejes de soñar.
"
Pasaron los años y, aunque Narcisa seguía sin ir a la escuela, se había convertido en una niña muy inteligente.
Un día, la comunidad del pueblo decidió organizar un evento escolar, donde los niños que no tenían acceso a la educación podrían aprender y compartir sus conocimientos.
Cuando Narcisa escuchó eso, corrió hacia su abuela.
- "¡Abuela, hay una oportunidad para aprender en el pueblo!"
- "Pero, mi niña, hay que conseguir que te dejen participar.
.
.
" - dudó la abuela.
Sin rendirse, Narcisa fue a ver al maestro del evento y le explicó su situación.
- "Señor, yo quiero aprender.
He hecho mis propios libros y escribí muchas cosas.
Déjenme participar!" - dijo con determinación.
El maestro, impresionado por la iniciativa y los esfuerzos de Narcisa, decidió darle una oportunidad.
Fue así que comenzó a asistir al evento, todos los días, junto con otros niños.
Allí conoció a un chico llamado Damián, que también tenía un sueño: ayudar a los demás a aprender.
- "Narcisa, tu esfuerzo es increíble.
¿Te gustaría que trabajemos juntos y enseñemos a los demás?" - le propuso Damián.
Ambos decidieron crear un pequeño grupo donde todos los niños pudieran compartir lo que sabían y aprender unos de otros.
Juntos, hicieron un hermoso cartel que decía: "Aprendemos mejor juntos".
Sin embargo, un día, llegó la noticia de que el evento podría cerrarse por falta de ayuda financiera.
- "No podemos dejar que esto termine, Damián.
Muchos niños dependen de ello" - exclamó Narcisa con preocupación.
Decididos a encontrar una solución, Narcisa y Damián organizaron un festejo con juegos, canciones y diferentes actividades.
Invitaron a toda la comunidad.
El día del festejo, los habitantes del pueblo llegaron felices.
La abuela de Narcisa la miró con orgullo.
- "¡Lo estás logrando, mi amor!" - le dijo, con una sonrisa.
Al final del día, las donaciones superaron las expectativas.
La comunidad unida logró recaudar lo necesario para continuar con el evento educativo.
- "Esto es solo el comienzo, Narcisa.
Juntos, podemos hacer mucho más!" - dijo Damián.
De esa manera, Narcisa no solo cumplió su sueño de aprender, sino que también ayudó a otros a alcanzar los suyos.
Y así, en Puna, la historia de Narcisa se convirtió en un ejemplo de perseverancia, amistad y trabajo en equipo, inspirando a muchos a nunca rendirse, sin importar las dificultades.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.