Narices y Alas
Había una vez un niño llamado Juan, a quien todos conocían como "Juan el Chato". Era un apodo que le habían puesto porque tenía la nariz un poco respingada y los ojos pequeños.
A pesar de eso, Juan siempre llevaba una sonrisa en su rostro y nunca se dejaba afectar por las burlas de los demás. Un día, mientras caminaba por el parque, Juan encontró a un pajarito herido en el suelo.
Sin dudarlo, lo recogió con cuidado y decidió llevarlo a casa para curarlo. Lo llamó Pipo y se convirtieron en grandes amigos. Pipo no podía volar debido a su ala lastimada, pero eso no impidió que él y Juan pasaran tiempo juntos.
Juntos exploraban el mundo desde el suelo del patio trasero de Juan. Jugaban al escondite entre los arbustos y compartían secretos bajo la sombra de un árbol.
Un día, mientras jugaban cerca del estanque del parque, vieron a unos niños maltratando a unos patitos indefensos. Sin pensarlo dos veces, Juan corrió hacia ellos gritando: "¡Dejen en paz a esos patitos!" Los niños se asustaron y soltaron rápidamente a los animalitos.
Los patitos asustados se acercaron temblorosos hacia Juan y Pipo buscando protección. Desde ese momento, formaron una gran familia donde cada uno cuidaba del otro. Juan empezó a preocuparse más por los animales maltratados y decidió hacer algo al respecto.
Habló con sus padres sobre la situación e idearon un plan para ayudarlos. Decidieron crear un refugio para animales heridos y abandonados en el patio trasero de su casa.
Juan y Pipo se convirtieron en los guardianes del refugio, dedicando su tiempo a cuidar de todos los animales que llegaban. Juan aprendió mucho sobre cómo curar heridas, alimentarlos adecuadamente y darles amor incondicional.
Pronto, la noticia del refugio de Juan se extendió por todo el vecindario y muchas personas comenzaron a donar alimentos, medicinas y juguetes para los animales. El refugio se llenó de vida y alegría.
Un día, mientras caminaba por el parque con Pipo a su lado, Juan vio una placa en un banco que decía: "En honor a Juan el Chato, por su valentía y amor hacia los animales". Juan no podía creerlo. Se sintió orgulloso de sí mismo por haber superado las burlas e inspirado a otros a cuidar de los seres vivos.
Desde ese día, cada vez más niños se acercaban al refugio para aprender de Juan y ayudarlo en su noble tarea. Juntos lograron hacer del mundo un lugar mejor para todos los seres vivos.
Y así fue como Juan el Chato demostró que no importa cómo te veas por fuera, lo importante es tener un corazón lleno de bondad y amor hacia los demás.
FIN.