Nati y el Viaje de los Sueños
Era una soleada mañana en el barrio de Villa Esperanza. Nati, una niña pequeña con el cabello rizado y una enorme curiosidad, aún se desperezaba en su cama. Aunque el sol brillaba con fuerza, Nati estaba un poco dormida y se encontraba en una especie de limbo entre el sueño y la vigilia.
De repente, escuchó un susurro. Era su peluche favorito, un oso llamado Pipo.
"Nati, despertate, ¡hoy es un día especial!" - dijo Pipo con una voz suave.
"Mmm... cinco minutos más, Pipo..." - respondió Nati, frotándose los ojos.
Pipo, con un brillo especial en sus ojos, insistió:
"No, Nati, ¡no podés perderte lo que vamos a hacer hoy! ¡Vamos a viajar al País de los Sueños!"
Nati se desperezó de golpe. "¿El País de los Sueños? ¿Cómo hacemos eso?" - preguntó fascinada.
Pipo le explicó:
"Solo tenés que cerrar los ojos y dejar volar tu imaginación. Ven, agarrame fuerte de la mano."
Sin pensarlo dos veces, Nati hizo lo que le dijo Pipo y cerró los ojos. En un instante, sintió que su habitación desaparecía y que estaba volando entre nubes de colores.
Cuando abrió los ojos nuevamente, se encontró en un hermoso paisaje repleto de flores de todos los colores. Una melodía suave sonaba en el aire y todo parecía mágico.
"¡Mirá Nati! ¡Estamos en el País de los Sueños!" - exclamó Pipo emocionado.
Nati sonrió y corrió hacia las flores mientras Pipo la seguía. De repente, un grupo de pequeñas criaturas brillantes apareció. Eran los Duendecillos de la Sonrisa, conocidos por su risa contagiosa.
"Hola, Nati y Pipo, ¡bienvenidos!" - dijeron a coro los duendecillos.
"¡Hola! ¿Qué podemos hacer aquí?" - preguntó Nati, llena de curiosidad.
"¡Muchísimas cosas!" - respondió uno de los duendecillos. "Podemos jugar, aprender y, sobre todo, reír. Pero para que todo esto funcione, necesitamos que todos en el País de los Sueños se sientan felices. ¡Vení, te mostraremos!"
Los duendecillos llevaron a Nati y a Pipo a una gran colina donde había un árbol gigante. En sus ramas, se apilaban juguetes, cuentos y colores. Pero algo extraño sucedía: el árbol, aunque precioso, parecía un poco apagado.
"¿Qué le pasa al árbol?" - preguntó Nati.
"Se ha olvidado cómo reír," - dijo uno de los duendecillos, con preocupación en su voz. "Sin risas, el País de los Sueños no puede brillar como se merece. ¡Necesitamos tu ayuda!"
Nati pensó un minuto, recordando todos los momentos felices que había vivido.
"Ya sé!" - exclamó. "Podemos contar chistes y hacer juegos! Las risas volverán pronto!"
Pipo asintió con entusiasmo:
"¡Eso es! ¡Vamos Nati!"
Así que comenzaron a contar chistes y a jugar juegos divertidos. Un duendecillo hizo una carrera de tres patas y Nati se unió a él. Rieron a carcajadas, y poco a poco, el árbol empezó a cobrar color.
"Mirá! ¡Funciona!" - dijo Pipo mientras se reía.
Las risas se fueron multiplicando y el árbol brilló más que nunca. En un instante, el tronco se tornó dorado, y el árbol comenzó a hablar:
"¡Gracias, amigos! Ahora sé que debo reír más y brindar alegría. ¡El País de los Sueños está muy feliz!"
La colina entera estalló en un colorido espectáculo de luces y risas, y Nati sintió una inmensa felicidad en su corazón.
"¡Esto es increíble!" - gritó Nati. "¡Lo logramos!"
Los duendecillos, agradecidos, dijeron:
"Por siempre serás amiga de los duendecillos y del País de los Sueños. Recuerda siempre la importancia de la risa y la alegría."
De repente, Nati empezó a sentir que se estaba despertando. Las imágenes coloridas se desvanecieron lentamente, pero el cariño y la alegría quedaron grabados en su corazón.
Cuando abrió los ojos, se encontró de nuevo en su habitación, con el sol brillando a través de la ventana. Pipo, su oso, la miraba con una sonrisa.
"¿Te gustó el viaje, Nati?" - preguntó él.
"¡Sí, fue maravilloso! Gracias, Pipo. Nunca olvidaré lo importante que es reír y compartir momentos felices." - respondió Nati, abrazando a su oso con fuerza.
Desde ese día, Nati siempre se acordó de lo que había aprendido en el País de los Sueños y nunca dejó de sonreír.
FIN.