Nía, Nino y el Pueblo Gris
Nía y Nino eran mellizos que venían de un mundo lleno de colores. Un día, decidieron explorar y llegaron a un extraño pueblo donde todo era gris; las casas, los árboles y hasta el cielo parecían estar sumidos en la monotonía. La gente del pueblo caminaba cabizbaja, sin sonrisas. Nía, siempre optimista y llena de energía, notó lo triste que era todo. Mientras tanto, Nino, que disfrutaba de causar travesuras, tuvo una idea.
"Nía, ¿no ves lo aburrido que es esto? ¡Voy a hacer algo que los despierte!" - dijo Nino, mirando a su alrededor.
"No, Nino, deberíamos ayudar a la gente en lugar de molestarla" - respondió Nía, preocupada.
Nino sonrió traviesamente y, de un salto, comenzó a hacer ruidos cómicos, a lanzar piedras a los árboles y a pintar las fachadas de las casas con spray. Al principio, la gente se asustó y salió corriendo, pero luego comenzaron a reírse.
"¡Mirá, Nía! Funcionó, los hice reír" - exclamó Nino orgulloso.
Pero la risa duró poco. En su afán de hacer reír, Nino rompió un arbusto que pertenecía a la señora Rosa, una anciana que siempre estaba triste.
"¡Ay, Nino! ¿Por qué hiciste eso? La señora Rosa quiere mucho ese arbusto" - dijo Nía, viendo cómo las lágrimas asomaban en los ojos de la anciana.
Nino se dio cuenta de que su travesura había causado dolor.
"No quise lastimarla. Solo quería que todos se divirtieran" - contestó Nino, sintiéndose mal.
Nía decidió que tenían que remediar la situación.
"Vamos, Nino. Debemos ayudar a la señora Rosa a arreglar su arbusto" - sugirió Nía, sacando una pala del cobertizo.
Ambos se pusieron a trabajar. Nino, al principio renuente, enseguida se sintió comprometido con la tarea. Iban a buscar las ramas rotas y las volvían a colocar en su lugar.
"¿Sabés, Nía? Me siento bien haciendo esto" - comentó Nino mientras se ensuciaba las manos con tierra.
"Eso es porque estás haciendo algo bueno. A veces es más divertido ayudar a los demás que hacer travesuras" - respondió Nía con una sonrisa.
Después de un rato, la señora Rosa salió y vio el esfuerzo de los mellizos.
"¡Oh, gracias, chicos!" - dijo la señora Rosa, con una sonrisa que iluminó su rostro.
"¿Ves, Nino? Al hacer felices a las personas también te sientes feliz" - le dijo Nía, satisfecha.
Nino comenzó a entender que sus acciones tenían consecuencias. Juntos, comenzaron a hablar con la gente del pueblo y a ayudarlos en sus quehaceres. Pintaron casas, ayudaron a cuidar de los jardines y a contar historias.
Con el tiempo, la risa y el color volvieron al pueblo gris.
"Mirá, Nino, ¿no es hermosa la vida en color?" - preguntó Nía al ver cómo todos sonreían.
Nino se dio cuenta de que la verdadera diversión estaba en ayudar a los demás.
"Sí, Nía. ¡Qué bueno es compartir y ver cómo otros se sienten felices!" - sonrió, sintiéndose más ligero.
Desde aquel día, Nino empezó a combinar sus travesuras con actos de bondad. Y juntos, Nía y Nino transformaron el pueblo en un lugar lleno de risas, colores y compasión.
Así, los mellizos aprendieron que, aunque cada uno tenía un lado diferente, siempre había un lugar para hacer el bien y ser feliz.
FIN.