¡No desperdiciemos, aprendamos juntos!
Había una vez, en una escuela llamada "La Escuelita Feliz", un grupo de niños muy traviesos y divertidos. Entre ellos se encontraban Martina, Lucas, Sofía y Tomás.
Estos niños eran muy alegres y siempre buscaban nuevas aventuras para disfrutar. Un día, la directora de la escuela, la señorita Francisca, decidió organizar una actividad especial para concientizar a los niños sobre el desperdicio de comida.
Ella sabía que había muchos alimentos que se tiraban a la basura sin necesidad y quería enseñarles lo importante que era cuidar el planeta y aprovechar al máximo los recursos.
La señorita Francisca reunió a todos los alumnos en el patio de la escuela y les explicó su idea: "Queridos niños, hoy vamos a hacer un experimento muy especial. Les voy a contar un cuento mágico que nos ayudará a entender por qué no debemos desperdiciar comida".
Los ojos de los niños se iluminaron de emoción mientras se sentaban en círculo alrededor de la señorita Francisca. Todos estaban ansiosos por escuchar el cuento. "Érase una vez, en un país lejano llamado Alimentilandia, vivían unos simpáticos personajes llamados Frutitos", comenzó la señorita Francisca.
"Estos Frutitos eran seres pequeños pero llenos de vida y sabor. Crecían felices en sus árboles frutales esperando ser recolectados por las personas del lugar". Los niños prestaban mucha atención mientras imaginaban cómo serían estos Frutitos tan especiales.
"En Alimentilandia también vivían unos seres llamados Desperdicios", continuó la señorita Francisca. "Estos Desperdicios eran criaturas tristes y grises que se alimentaban de la basura y el desperdicio de comida. Su misión era recolectar todo lo que las personas no aprovechaban".
Los niños fruncieron el ceño al escuchar esto, sintiendo pena por los pobres Frutitos y preocupación por los Desperdicios. "Un día, en Alimentilandia, llegó un niño llamado Lucas", prosiguió la señorita Francisca. "Lucas era un niño muy curioso y aventurero, siempre buscando nuevos amigos.
Un día, mientras exploraba el bosque encantado de Alimentilandia, se encontró con una Frutita muy especial llamada Martina". Martina era una manzana jugosa y dulce que había caído del árbol por accidente.
Lucas se acercó a ella y le preguntó sorprendido: "¿Por qué te caíste del árbol si todavía estabas tan rica?"Martina suspiró tristemente y le explicó: "-Me caí porque nadie me recogió a tiempo. A veces las personas no valoran lo que tienen y terminamos desperdiciadas".
Lucas quedó impactado por esta revelación. Comenzó a reflexionar sobre todas las veces en las que él mismo había tirado comida sin necesidad.
Decidido a cambiar su actitud, Lucas regresó a la escuela y compartió su experiencia con sus amigos Sofía y Tomás. "-Chicos, tenemos que hacer algo para evitar el desperdicio de comida", les dijo emocionado. "-Podemos organizar una campaña para concientizar a todos los niños de la escuela".
Sofía y Tomás se entusiasmaron con la idea y juntos comenzaron a planificar cómo llevarla a cabo. Decidieron crear carteles coloridos, hacer una obra de teatro sobre el tema y dar charlas en las clases.
La noticia de la campaña contra el desperdicio de comida se extendió rápidamente por toda la escuela. Los niños se sumaron con entusiasmo y prometieron no volver a tirar alimentos sin necesidad.
Poco a poco, La Escuelita Feliz se convirtió en un lugar donde todos aprendieron a valorar la comida y aprovecharla al máximo. Los Desperdicios desaparecieron poco a poco, ya que no había más comida que recolectar.
El cuento de Alimentilandia hizo reflexionar a los niños sobre lo importante que era cuidar el planeta y evitar el desperdicio innecesario de alimentos. Aprendieron que cada bocado cuenta y que debían ser responsables con su propia alimentación.
Desde aquel día, en La Escuelita Feliz reinó un espíritu solidario, donde todos compartían sus sobras o intercambiaban alimentos para evitar cualquier tipo de desperdicio. Y así fue como Martina, Lucas, Sofía y Tomás lograron cambiar las cosas en su escuela gracias al poder del cuento mágico sobre Alimentilandia.
Juntos demostraron que cada pequeño gesto puede hacer una gran diferencia en el mundo.
FIN.