Noah y la cura de amor
Había una vez un perrito llamado Noah, un yorkshire terrier muy juguetón y travieso que vivía feliz junto a su amorosa dueña, Lola. Un día, Noah comenzó a sentirse malito: tenía fiebre y no quería jugar ni comer.
Lola, preocupada por su mascota, decidió llevarlo al veterinario para que lo revisara y lo curara. Noah temblaba de miedo mientras esperaban en la sala de espera del veterinario.
El olor a medicina y los sonidos desconocidos lo asustaban mucho. Lola se agachó frente a él, le acarició la cabecita y le dijo con dulzura: "Tranquilo, mi pequeño Noah. El doctor va a cuidarte y pronto estarás mejor".
Al escuchar las palabras reconfortantes de su dueña, Noah se sintió un poco más tranquilo. Finalmente llegó el turno de entrar al consultorio. El veterinario era un hombre amable con bata blanca que sonreía mientras examinaba a Noah.
"¿Qué le pasa a nuestro amiguito animal hoy?", preguntó el veterinario con voz suave. Lola explicó cómo se había sentido Noah en los últimos días y el médico comenzó a revisarlo cuidadosamente.
Después de unos minutos, el veterinario le dio unas gotitas para bajar la fiebre y un jarabe delicioso para mejorar su apetito. "No te preocupes, Noah. Con estos medicamentos te sentirás mucho mejor en poco tiempo", aseguró el doctor mientras acariciaba la cabeza del perrito.
Noah miraba con curiosidad al veterinario, ya no sentía tanto miedo como antes. Sabía que estaba en buenas manos y que pronto volvería a ser el perrito juguetón de siempre gracias al cariño de su dueña Lola y al profesionalismo del doctor.
Los días pasaron y Noah siguió las indicaciones del veterinario al pie de la letra. Pronto recuperó sus fuerzas, volviendo a corretear por el jardín con alegría y vitalidad renovadas.
Lola estaba feliz al verlo tan activo nuevamente; lo abrazaba fuerte cada noche antes de dormir para recordarle cuánto lo quería. "Gracias por cuidarme tan bien, mamá", pensaba Noah cada vez que recibía esos abrazos cálidos llenos de amor.
Desde entonces, Noah aprendió que no hay nada que no pueda superar si cuenta con el cariño incondicional de quienes lo rodean. Y Lola supo que siempre estarían juntos en las buenas y en las malas aventuras que les esperaran por delante.
Y así termina esta historia donde el amor vence cualquier miedo o enfermedad cuando se comparte entre amigos fieles como Lola y su inseparable compañero canino Noah.
FIN.