Noño y su Gran Desafío



Había una vez en un pequeño pueblo, un niño llamado Noño. Era un niño muy simpático, pero había un pequeño problemita: cuando se ponía nervioso, ¡le gustaba morder! No sabía por qué lo hacía, pero cada vez que tenía que hablar en público, o le presentaban a alguien nuevo, ¡puf! Su boca se llenaba de ganas de morder.

Un día, la maestra Doña Lucía decidió organizar una exposición en la escuela sobre los animales del mundo. Todos los niños debían elegir un animal y prepararse para exponerlo frente a sus compañeros. Noño eligió al tigre, un animal feroz que siempre había admirado.

Cuando llegó el día de la exposición, Noño estaba muy emocionado, pero también muy nervioso. "-No debo morder! No debo morder! -se repetía a sí mismo mientras miraba a sus compañeros prepararse para hablar.

-¡Canijo, Noño! Hacé la exposición y seguro que saldrá genial! -le dijo su amigo Lucho tratando de animarlo.

Cuando le tocó su turno, Noño se levantó y, al ver a todos los ojos puestos en él, sintió cómo el nerviosismo le empezaba a apretar la barriga. "-Voy a hablar sobre el tigre, un animal que es fuerte, ágil... ¡y mordedor! -dijo, y se mordió el labio antes de seguir, mientras algunos compañeros se reían bajo susurros.

-¡Eso no es lo que quería decir! -pensó, mientras su corazón latía más rápido. Empezó a sudar y a pensar en morderse los dedos.

Pero justo en ese momento, recordó algo que su abuela siempre le decía: "-Cuando sientas que pierdes el control, respirá hondo y contá hasta diez. El mundo no se termina solo porque hables en público." Entonces, inspiró profundamente y, en lugar de morderse, decidió actuar.

-¡El tigre es un animal impresionante porque puede correr tan rápido como el viento! -exclamó, y empezó a moverse como un tigre.

-¡Mirá, parece un tigre de verdad! -gritó una niña, y todos comenzaron a reír y a aplaudir.

Noño, al ver a sus amigos riendo y disfrutando, se sintió más tranquilo. Continuó hablando.

-¡Y los tigres tienen un rugido muy fuerte que pueden escuchar hasta cinco kilómetros! -dijo con entusiasmo, intentando rugir.

-¡Rugido! -gritó Lucho, imitando una feroz leona. La presentación se volvió divertida y todos empezaron a participar.

Pero, de repente, un compañero que estaba muy nervioso, se puso a llorar porque no se sentía capaz de exponer su parte. Noño lo miró y sintió el mismo nerviosismo que había tenido. Volvió a recordar lo que su abuela le enseñó.

"-Si quiero que los demás estén bien, también debo ser valiente. -pensó. Así que se acercó al compañero y le dijo:

-¡No te preocupes! Todos estamos aquí para ayudarnos entre nosotros. Si querés, podés hablar en conjunto conmigo. ¡Te va a ir genial!

-¿De verdad? -respondió el compañero, secándose las lágrimas.

-Sí, ¡no hay que morderse! ¡Hacemos esto juntos! -le dijo Noño.

Sí, así fue. Los dos hablaron sobre el león, y mientras Noño seguía mareándose con las ideas, su amigo se fue sintiendo más confiado. Todos aplaudieron, y al final del día, Noño se dio cuenta de que, aunque había sentido miedo y nervios, había superado su barrera, y eso lo hacía sentir muy orgulloso.

Desde ese día, mientras Noño seguía luchando contra sus nervios, aprendió que no hay nada de malo en sentir miedo, pero lo más importante es cómo enfrentarlo. Y cuando veía que alguien más también estaba nervioso o asustado, siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás a superar sus miedos, recordando que hay muchas maneras de rugir sin tener que morder.

Y así, en su pequeño pueblo, Noño se volvió conocido no solo por su monstruoso amor hacia los tigres, sino también por su valentía y su gran corazón.

FIN.

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