Norbey y la lección de paciencia


Había una vez en el Bosque María, un lugar mágico donde habitaban seres fantásticos y árboles gigantes que hablaban. En este bosque vivía Norbey, un duende muy travieso y algo impaciente.

Un día, Norbey decidió hacer una travesura y empezó a lanzar piedras a los animales del bosque. Los pájaros cantores se asustaron, los conejos corrieron despavoridos y hasta los árboles se estremecieron con cada golpe de las piedras.

"¡Norbey, detente! ¡No debes lastimar a nadie en nuestro hogar!", le gritó María, la hada guardiana del bosque. Pero Norbey, en su afán de diversión, no escuchaba a María y seguía con sus travesuras.

Hasta que un día, sin darse cuenta, una de sus piedras impactó en el nido de una familia de pajaritos recién nacidos. Los pajaritos comenzaron a piar desconsolados y su mamá no sabía cómo consolarlos. "¡Oh no! ¿Qué he hecho?", exclamó Norbey al ver el daño causado por su imprudencia.

María se acercó lentamente a Norbey y le dijo con voz serena: "Norbey, es importante tener paciencia y respeto por todos los seres que comparten este bosque contigo. Tus acciones tienen consecuencias en los demás".

Norbey sintió un profundo arrepentimiento en su corazón y decidió reparar el daño causado. Con mucha dedicación construyó un nuevo nido para los pajaritos con ramitas fragantes y hojas suaves.

Les trajo bayas dulces para alimentarlos y velaba por ellos mientras su mamá salía a buscar comida. Los días pasaron y los pajaritos crecieron sanos y felices gracias al cuidado de Norbey.

El resto de los habitantes del bosque también notaron el cambio en él: ahora era más paciente, amable y respetuoso con todos. Al finalizar la primavera, cuando llegó la hora de emprender vuelo hacia nuevos horizontes, los pajaritos se posaron sobre el hombro de Norbey para despedirse antes de partir.

"Gracias por enseñarnos que todos merecemos respeto y paciencia", cantaron al unísono antes de elevarse hacia el cielo azul. Norbey sonrió con lágrimas en sus ojos al ver partir a sus pequeños amigos voladores.

Sabía que había aprendido una gran lección gracias al amor incondicional que había brindado a aquellos pajaritos indefensos. Desde ese día, Norbey se convirtió en el guardián más querido del Bosque María; siempre recordando la importancia del respeto, la paciencia y la empatía hacia cada ser vivo que habitaba allí.

Y así, juntos construyeron un hogar lleno de armonía donde reinaba la alegría y la solidaridad entre todos sus habitantes.

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