Nubes de Oro


En un pequeño pueblo llamado Solcito, vivía un anciano muy especial conocido como el Abuelo Nubes. Todos en el pueblo lo llamaban así porque siempre estaba mirando al cielo y hablando con las nubes.

Un día, el Abuelo Nubes se despertó con una idea emocionante: quería encontrar las misteriosas nubes de oro que, según decían las leyendas antiguas, concedían deseos a aquellos que lograban seguirlas.

Decidido a emprender su búsqueda, el Abuelo Nubes salió de su casa con una mochila llena de provisiones y su bastón de caminata. Al cruzar la plaza del pueblo, se encontró con su nieta Lucía jugando en el parque. "¿A dónde vas, Abuelo?" -preguntó curiosa Lucía al verlo tan decidido.

"¡Hola mi pequeña! Voy en busca de las nubes de oro que conceden deseos. Dicen que solo los corazones puros pueden encontrarlas", respondió el Abuelo Nubes con una sonrisa.

Lucía se emocionó al escuchar la historia y decidió acompañar a su abuelo en esta aventura tan especial. Juntos emprendieron el camino hacia la montaña más alta del pueblo, donde creían que podrían estar las nubes doradas.

El trayecto no fue fácil: tuvieron que atravesar ríos caudalosos, subir colinas empinadas y sortear obstáculos inesperados. Pero el Abuelo Nubes y Lucía se apoyaban mutuamente y nunca perdían la esperanza. Después de varios días de travesía, finalmente llegaron a la cima de la montaña.

Fue entonces cuando vieron algo maravilloso: unas enormes nubes doradas brillando bajo los rayos del sol. "¡Son ellas! ¡Las nubes de oro!" -exclamó emocionado el Abuelo Nubes. Lucía sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al ver aquella vista tan impresionante.

Se acercaron lentamente a las nubes doradas y notaron que estas comenzaban a moverse formando figuras mágicas en el cielo. De repente, una voz resonó en sus cabezas: "Quienes buscan las nubes de oro con un corazón puro serán recompensados con un deseo".

El Abuelo Nubes pensó por un momento y luego dijo: "Mi deseo es que todos en Solcito encuentren la felicidad y la paz en sus corazones".

En ese instante, todas las personas del pueblo empezaron a sentir una extraña sensación de alegría y armonía invadiendo sus vidas. Los problemas desaparecieron, dando paso a momentos llenos de amor y comprensión entre vecinos y amigos. Lucía miraba asombrada cómo todo cambiaba para bien gracias al deseo del Abuelo Nubes.

Desde ese día, Solcito se convirtió en un lugar donde reinaba la bondad y la solidaridad entre todos sus habitantes.

Y así, el Abuelo Nubes demostró que los verdaderos tesoros no siempre están hechos de oro; muchas veces se encuentran dentro de nosotros mismos y pueden hacer magia si sabemos usarlos con sabiduría.

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