Nuevo Comienzo en la Clase de Señora Luna
Era un día soleado cuando Mateo, un niño de ocho años, llegó nervioso a su nueva escuela. Su familia había cambiado de ciudad y él se preguntaba cómo sería su nueva clase y, sobre todo, su nueva profesora. Al entrar al aula, se dio cuenta de que todos los niños estaban hablando y riendo. Se sentó en un rincón, tratando de pasar desapercibido, pero su corazón latía con fuerza.
La profesora, la Señora Luna, era una mujer de cabello rizado y una gran sonrisa. Cuando entró al aula, todos los niños se callaron de inmediato.
- “¡Buenos días, chicos! Hoy tenemos un nuevo compañero. Su nombre es Mateo. ¿Lo recibimos con un aplauso? ” - propuso la señora Luna.
Los chicos aplaudieron, pero Mateo no se sentía muy cómodo. A pesar de los esfuerzos de la profesora, el día transcurrió de manera difícil. Algunos niños lo miraban con curiosidad, otros lo ignoraban por completo.
Durante el recreo, Mateo se sentó solo en una banca. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que Ana, una niña con dos coletas, se acercara a él.
- “Hola, ¿cómo te llamas? ” - preguntó ella con una gran sonrisa.
- “Soy Mateo” - respondió él con timidez.
- “¿Te gustaría jugar al fútbol? ” - propuso ella.
Mateo dudó un momento. No sabía si era buen jugador, pero, por la manera en que Ana brillaba de entusiasmo, decidió aceptar.
- “Está bien, pero no prometo ser muy bueno” - dijo sonriendo nerviosamente.
Al comenzar el juego, Mateo estuvo a punto de caer varias veces y falló muchos tiros. Pero Ana lo alentaba:
- “¡Vamos, Mateo! ¡Lo estás haciendo genial! ” - gritaba.
Con cada intento y cada caída, Mateo se sentía un poco más seguro. Al final del recreo, él había creado un lazo especial con Ana y, para su sorpresa, también con varios niños más.
A medida que pasaban los días, la señora Luna se dio cuenta de que Mateo era un excelente observador. Siempre estaba atento a lo que sucedía a su alrededor y hacía preguntas inteligentes. Sin embargo, también había algo que la preocupaba.
Un día, durante una clase sobre el espacio, la señora Luna decidió hacer un experimento grupal.
- “Vamos a formar equipos y crear un cohete de papel. ¡El mejor cohete será el que más lejos vuele! ” - anunció.
Los niños corrieron a hacer sus grupos, pero Mateo se quedó solo una vez más. La señora Luna se le acercó.
- “Mateo, vení, te voy a presentar a los demás. ¿Te gustaría ser parte de este equipo? ”
Mateo asintió, pero cuando llegó al grupo, los niños ya estaban discutiendo sobre cómo hacer el cohete. Todos hablaban al mismo tiempo. Mateo se sintió perdido y su voz apenas se escuchaba.
Un poco frustrado, decidió alejarse. La señora Luna observó lo que ocurría y se acercó a él de nuevo.
- “Mateo, a veces es difícil hacerse escuchar en un grupo. Vamos a tratar algo diferente. ¿Qué te parece si me ayudas a escribir las instrucciones en la pizarra? Así todos saben cómo construirlo” - le propuso.
Mateo aceptó y se sintió entusiasmado. Cuando terminó de escribir, los niños se dieron cuenta de lo que había hecho.
- “¡Buen trabajo, Mateo! Ahora podemos seguir tus instrucciones” - dijo Ana.
Con ese pequeño gran gesto, Mateo no solo se sintió parte del grupo, sino que también aportó su talento. Cuando terminaron, el cohete que crearon voló más lejos que el de los demás, y fue un momento de celebración. Todos aplaudieron, y Mateo, aunque un poco bashful, sonrió con alegría.
- “Gracias, señora Luna. Me ayudaste a encontrar mi lugar” - le dijo en un susurro.
- “Siempre cada niño tiene un lugar que brilla, Mateo. Solo hay que encontrarlo” - le respondió la señora con cariño.
Así, Mateo comprendió que a veces, ser nuevo significa encontrar maneras de ser parte, y con un poco de ayuda, todos pueden brillar. Desde aquel día, no solo se sintió parte de la clase, sino que también se convirtió en un gran amigo de Ana y de los demás. Y así, lo que comenzó como un día incierto se transformó en un nuevo comienzo lleno de aventuras en el aula de la señora Luna.
FIN.