Nukka en tierras cálidas


Había una vez un niño esquimal llamado Nukka, que se encontraba perdido en medio del desierto.

Nukka era un niño muy especial, siempre llevaba consigo su banjo y cantaba hermosas canciones que recordaban a su lejano país cubierto de nieve. Nukka era muy bonito y tenía un corazón bondadoso. A pesar de estar lejos de su hogar, se portaba siempre muy bien con todos los animales y personas que encontraba en el desierto.

Sin embargo, anhelaba regresar a su pequeño iglú donde vivía con su familia y amigos. Un día, mientras caminaba por el ardiente desierto, Nukka se encontró con una serpiente que se acercaba sigilosamente hacia él.

Asustado, Nukka comenzó a tocar su banjo y cantar una canción tan hermosa que la serpiente quedó hipnotizada y decidió alejarse sin hacerle daño. "-Gracias por tu música, pequeño amigo. Nunca había escuchado algo tan bello -dijo la serpiente antes de deslizarse entre las dunas-.

"Animado por haber salvado esa situación peligrosa, Nukka decidió seguir adelante en busca de ayuda para regresar a casa. En su camino se topó con un grupo de camellos que lo rodearon curiosos.

"-Hola amiguitos camellos, ¿me podrían ayudar a encontrar mi camino de regreso a mi iglú? -preguntó Nukka con esperanza en sus ojos-. "Los camellos intercambiaron miradas entre ellos y luego uno de ellos habló: "-Lo siento pequeño amigo esquimal, nosotros no conocemos tu tierra nevada.

Pero si sigues derecho por este camino encontrarás a alguien que sí podrá ayudarte". Agradecido con los camellos, Nukka continuó su travesía hasta llegar a un oasis donde encontró a un anciano sabio sentado bajo una palmera.

"-Buenos días señor sabio, estoy perdido en este desierto y quiero regresar a mi país nevado. ¿Podrías ayudarme? -preguntó Nukka con timidez".

El anciano sonrió con ternura y le dijo: "-Pequeño viajero del frío, para volver a tu hogar debes primero abrir tu corazón al calor del desierto. Solo así encontrarás el camino de regreso". Nukka reflexionó sobre las palabras del anciano sabio y decidió seguir su consejo.

Comenzó a apreciar la belleza del desierto: las dunas doradas brillando bajo el sol, los cactus erguidos como soldados valientes y las estrellas brillantes en el cielo nocturno. Poco a poco, Nukka dejó atrás su añoranza por la nieve y empezó a disfrutar del presente en el desierto.

Se hizo amigo de los animales del lugar, aprendió nuevas canciones inspiradas en sus experiencias y se sintió más fuerte y valiente que nunca. Finalmente, gracias al amor que había sembrado durante su travesía por el desierto, Nukka encontró el camino de regreso a casa.

Al llegar a su pequeño iglú abrazado por la calidez de sus seres queridos comprendió que aunque extrañara su tierra natal siempre llevaría consigo la magia del desierto en su corazón.

Y así fue como el niño esquimal perdido en el desierto descubrió que cada lugar tiene su propia belleza especial y que lo importante es aprender a valorarla sin importar dónde estemos.

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