Ojos Negros



Había una vez un hombre llamado Mateo que vivía en un tranquilo pueblo rodeado de montañas y ríos. Mateo tenía unos ojos negros intensos que siempre brillaban con curiosidad y alegría. Le encantaba explorar la naturaleza y compartir historias con los niños del pueblo. Pero un día, mientras ayudaba a un amigo en su taller, ocurrió un accidente que cambiaría su vida para siempre. Una chispas volaron y, sin poder evitarlo, un objeto lo golpeó en los ojos, dejándolo ciego.

Al comienzo, Mateo se sintió perdido y triste. Las cosas que una vez amó se convirtieron en un misterio. No podía ver las montañas, ni la risa de los niños, y eso lo llenaba de desesperación. Su mejor amigo, Lucas, sabía que no podía dejar que Mateo se hundiera en la tristeza.

"Mateo, sé que esto es difícil, pero no estás solo. Estoy aquí para ayudarte", le dijo Lucas con voz firme.

Mateo asintió, pero sus sentimientos eran complicados. Durante semanas, trató de adaptarse a su nueva vida, pero se sentía frustrado y aislado. En una de sus caminatas guiadas por Lucas, tropezó con algo y, al caer, escuchó risas cerca de él.

"¡Mateo! ¡Estás de vuelta!", gritó una niña llamada Ana, que siempre había admirado a Mateo por sus historias.

"¡Sí! Totalmente..." respondió Mateo con un tono melancólico.

Y fue en ese momento que una idea brilló en su mente. Decidió que tenía que encontrar una forma de comunicarse con los niños, incluso sin poder ver.

Así que empezó a contar historias usando su voz, su creatividad y su imaginación. Las historias que contaba eran tan vívidas que los niños podían ver con sus propias mentes lo que Mateo sentía. Días después, se organizó una tarde de cuentos en el parque, donde todos los niños se reunieron para escuchar a Mateo.

"¡Ya llegaron!" exclamó Ana emocionada. "¡Mateo, los chicos no pueden esperar a escucharte!"

Mateo relajó su cuerpo y escuchó el murmullo vibrante de los niños.

"Hoy contaré sobre el viaje de un pez aventurero que nadaba contra la corriente. ¿Listos para la aventura?" comenzó.

Con cada relato, las risas llenaron el aire y Mateo sintió que, a pesar de su ceguera, había recuperado una parte de él. La creatividad se convirtió en su nuevo sentido. La conexión con los niños lo llenaba de felicidad, y comenzó a entender que, aunque había perdido su vista, no había perdido su capacidad de ver el mundo a su manera.

"Mateo, sos el mejor cuentacuentos de todos!", decía Lucas, quien sonreía desde el borde del grupo. Mateo sonrió, sintiéndose más fuerte día a día.

Sin embargo, la historia de Mateo no terminó ahí. Luego de un par de meses, un grupo de niños propuso algo audaz.

"¡Vamos a hacer una obra de teatro basada en tus historias!", propuso Ana.

"No sé..." dudó Mateo, un poco nervioso. La idea de estar en el centro del escenario lo asustaba.

"Pero esta vez, tú serás el director. ¡Podés guiar a todos!".

Luego de pensar un momento, Mateo aceptó, y su corazón se llenó de emoción. Dirigir a los niños en la creación de esa obra fue uno de los momentos más felices de su vida.

"Recuerden, chicos, no se trata de lo que ven, sino de lo que sienten", les dijo un día.

El gran estreno llegó, y aunque no podía ver a la multitud, sentía su energía. Cuando la obra terminó, los aplausos resonaron en el aire, y Mateo supo que había recuperado su lugar en el corazón de su comunidad, no solo como un hombre de ojos negros, sino como un amigo y un gran narrador.

A partir de ese día, Mateo nunca volvió a sentirse perdido. Aprendió que, a veces, las cosas que parecen ser un final son solo un nuevo comienzo lleno de oportunidades y aventuras. Y así, en un pequeño pueblo rodeado de montañas, un hombre sin vistas se convirtió en el faro de la creatividad y la imaginación de todos, mostrando que, con un poco de valentía, siempre podemos encontrar nuestro camino, incluso a través de la oscuridad.

FIN.

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