Oliver y sus amigos peludos



Había una vez, en el pequeño pueblo de Río Segundo, un niño llamado Oliver Rodrigo. Oliver vivía con sus padres en una casa rodeada de hermosos campos verdes y árboles frondosos.

Pero había algo que le faltaba a la vida de Oliver: una mascota. Oliver soñaba con tener un perro o un conejo para hacerle compañía y jugar todo el día.

Todos los días, después de la escuela, se sentaba en su habitación y dibujaba diferentes animales imaginando cómo sería tenerlos como amigos. Un día, mientras caminaba por el parque del pueblo, Oliver encontró a un perro callejero muy simpático que buscaba comida entre los contenedores de basura.

El perrito tenía unos ojos brillantes y una cola cortita que no dejaba de moverse. - ¡Hola! - dijo Oliver acercándose al perrito -. ¿Cómo te llamas? El perrito levantó las orejas y movió la cola aún más rápido. Parecía entender cada palabra que decía Oliver.

- ¿Quieres ser mi amigo? - preguntó Oliver emocionado. El perro ladró felizmente y saltó hacia Oliver llenándolo de lametones. Desde aquel día, el perro callejero se convirtió en el fiel compañero de juegos de Oliver.

Juntos corrían por los campos, saltaban charcos bajo la lluvia e investigaban todos los rincones del pueblo. Pero aunque estaba feliz con su nuevo amigo animal, Oliver aún deseaba tener también un conejo para completar su colección de mascotas.

Así que decidió visitar a su abuelo Don Ramón, quien vivía en una granja cercana. - Abuelo, ¿tienes un conejo que me puedas regalar? - preguntó Oliver con los ojitos brillantes de emoción.

Don Ramón sonrió y le dijo a Oliver que tenía un conejo muy especial en la granja. Juntos se dirigieron hacia el establo donde se encontraba el conejo. Cuando llegaron, Oliver quedó asombrado al ver al conejo.

Tenía un pelaje blanco como la nieve y grandes orejas rosadas que parecían alas de mariposa. Además, el conejo tenía la habilidad de saltar muy alto y hacer piruetas en el aire. - ¡Es perfecto! - exclamó Oliver emocionado -.

¿Puedo llevármelo a casa? Don Ramón asintió con una sonrisa y juntos llevaron al conejo a la casa de Oliver. Ahora, Oliver tenía no solo un perro fiel a su lado, sino también un increíblemente ágil y divertido conejo para jugar.

Los días pasaban y las aventuras entre Oliver, su perro y su conejo eran cada vez más emocionantes. Juntos exploraban nuevos lugares del pueblo, ayudaban a los vecinos e incluso participaban en competencias de saltos con otros animales del lugar.

Oliver aprendió muchas cosas gracias a sus mascotas: aprendió sobre el valor de la amistad incondicional, sobre cómo cuidar y proteger a los seres queridos, sobre la importancia del juego y la diversión para crecer feliz.

Y así fue como Oliver Rodrigo encontró en su pequeño pueblo las mascotas perfectas para llenar su vida de amor y alegría. Desde aquel día, Oliver, su perro y su conejo se convirtieron en inseparables compañeros de aventuras, siempre dispuestos a explorar nuevos horizontes juntos.

Y colorín colorado, esta historia de amistad y diversión ha terminado.

FIN.

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