Onna y el Jardín Mágico



Era una mañana brillante en el barrio de Onna. Tenía 8 años y, como muchos niños de su edad, era curiosa y llena de energía. Sin embargo, Onna tenía una pequeña fama en la escuela. A menudo interrumpía a sus compañeros en clase y, no era raro que se metiera en problemas jugando travesuras que no siempre eran bien recibidas.

Una tarde, mientras caminaba hacia su casa después del colegio, Onna decidió tomar un atajo por un viejo parque que había estado cerrado. Con curiosidad desbordante, empujó la puerta del parque y entró. Lo que vio allí la dejó sin aliento: un hermoso jardín, lleno de flores de colores vibrantes y mariposas revoloteando.

En el centro del jardín había una fuente, y en ella, una anciana de cabellos plateados la observaba con una sonrisa cálida.

"¡Hola, niña! ¿Qué te trae a mi jardín?" -preguntó la anciana, con una voz suave.

"No sé. Solo me pareció divertido entrar. Siempre me dicen que soy muy alocada" -respondió Onna, encogiéndose de hombros.

"La diversión tiene su lugar, Onna. Pero también lo tiene la calma y el respeto por los demás. ¿Sabías que tu comportamiento puede afectar al mundo que te rodea?" -dijo la anciana, con una mirada sabia.

Onna, intrigada, se sentó a su lado. La anciana le mostró cómo las flores respondían a su presencia. Cuando se reía, las flores parecían bailar; cuando fruncía el ceño, se cerraban un poco.

"¿Y si mis travesuras son solo por diversión?" -preguntó Onna.

"Divertirse es maravilloso, pero hay diferentes maneras de hacerlo, y hay momentos donde es necesario ser más atenta" -explicó la anciana. "Piensa en cómo se sienten los demás. Cuando interrumpes, tal vez lo que deseas no sea tan divertido para tus amigos. ¿Puedes prometerme que lo intentarás?"

Onna, reflexionando, asintió. Después de un rato, la anciana desapareció entre las flores, dejando tras de sí un rayo de luz que iluminó el jardín.

Al llegar a casa, Onna encontró a su mamá, que la esperaba con una preocupación evidente.

"¿Dónde estuviste, Onna? Te estaba buscando" -dijo su mamá, con una mezcla de alivio y reproche en su voz.

"Estuve en un jardín mágico. Conocí a una señora muy sabia. Me enseñó sobre la importancia de escuchar y ser amable" -respondió Onna, entusiasmada.

Su mamá sonrió, pero su mirada también mostraba duda. "Ojalá que hayas aprendido algo importante, porque tu comportamiento en la escuela preocupa a tus profesores".

Onna asintió, aún emocionada por su experiencia.

Los días siguientes, Onna se esforzó en ser más amable. Cuando estaba en clase, levantaba la mano para expresar sus ideas en lugar de interrumpir. Comenzó a organizar juegos en los recreos, donde todos participaban. Sus compañeros empezaron a notar el cambio y volvieron a buscarla.

"Onna, ¡sos genial!" -le dijo Clara, una de sus compañeras.

"Gracias, es que aprendí a escuchar mejor" -respondió Onna con una gran sonrisa.

El fin de semana, Onna volvió al jardín, ansiosa por contarle a la anciana sobre sus mejoras. Pero esta vez, el jardín parecía diferente, menos vibrante. Ella se sintió un poco decepcionada. Entonces, se sentó en la fuente y comenzó a hablar en voz alta, compartiendo cómo había cambiado y cómo sus amigos se divertían más juntos.

Para su sorpresa, de repente las flores comenzaron a brillar de nuevo. La anciana apareció, sonriendo.

"Veo que estás haciendo cambios en tu vida, Onna. Y eso alegra mi jardín" -dijo. "¿Ves cómo tu alegría puede hacer que las cosas a tu alrededor se iluminen?"

Onna sonrió y respondió, "Sí, y me hace sentir feliz ver a mis amigos felices".

La anciana asintió. "Recuerda, Onna, siempre tendrás desafíos. Pero el camino de la amabilidad y la consideración es el más hermoso de todos."

Onna se despidió de la anciana y prometió visitar el jardín siempre que quisiera recordar lo que había aprendido.

Al regresar a casa, Onna sabía que cada día sería una nueva oportunidad para construir un mundo más alegre, donde la diversión y la amistad pudieran florecer como las bellas flores de su jardín mágico.

FIN.

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