Pablo y el Futbol



Era un soleado sábado en el barrio de Pablo. Todos sus amigos estaban reunidos en la plaza jugando al fútbol, y él se los quedaba mirando desde su ventana. Pablo siempre había sido un chico tímido que no se atrevía a unirse a los demás. Le encantaba el fútbol, pero pensaba que no sabía jugar tan bien como los otros. Sin embargo, esa mañana, decidió que sería diferente.

Pablo se puso su camiseta favorita de fútbol, unos pantalones cortos y salió decidido hacia la plaza. Al llegar, notó que el juego ya estaba en pleno auge.

"¡Pablo! ¡Ven a jugar con nosotros!" - gritó su amigo Lucas, emocionado de verlo.

"¡No sé si puedo!" - contestó Pablo, con un poco de nervios.

"Pero si no lo intentas, ¡nunca lo sabrás!" - le dijo Julieta, una de las chicas del grupo, sonriendo."Vamos, ¡divirtámonos!"

Tomando aire y sintiendo el apoyo de sus amigos, Pablo finalmente se unió al grupo. Su corazón latía fuerte mientras corría hacia el balón. Al principio tropezó un par de veces y sintió que todos lo miraban. Sin embargo, en lugar de rendirse, se recordó a sí mismo lo que le decían su papá y su mamá: "La práctica hace al maestro".

Con el transcurrir del juego, Pablo comenzó a sentirse más cómodo. Daba pases, corría tras el balón, y hasta hizo un par de goles. Su sonrisa era enorme y sus amigos lo animaban todo el tiempo.

"¡Eso es, Pablo! ¡Sos un crack!" - lo alentaba Lucas.

De repente, mientras estaban en la mitad de un partido, un grupo de chicos mayores llegó a la plaza. Eran conocidos como 'Los Rápidos', los mejores jugadores de fútbol del barrio.

"¿Qué hacen chicos? ¿Quieren jugar con nosotros?" - preguntó uno de los mayores, cruzando los brazos con una actitud desafiante.

Los chicos de Pablo se miraron nerviosos. No querían perder y aún eran inexpertos en comparación. Pablo sintió un nudo en el estómago.

"Nosotros también podemos jugar, ¿no?" - se animó a decir Pablo."Aceptamos el desafío. ¡Vamos!"

Los amigos se miraron sorprendidos, pero no había vuelta atrás. Se organizaron en el campo y comenzó el partido. A medida que avanzaba, los chicos mayores comenzaron a mostrar su técnica impresionante. Pablo luchó por mantenerse en el juego, pero cada vez se sentía más desalentado.

"Tal vez no somos lo suficientemente buenos para jugar con ellos, chicos" - dijo, bajando la cabeza, frustrado.

"No te desanimes, Pablo. Lo importante es divertirnos, y estamos aprendiendo " - le recordó Julieta, alentándolo a seguir.

Fue entonces que Pablo recordo toda la práctica que había hecho. Recordó las veces que había jugado con su papá en el parque y todo lo que había aprendido en esos momentos. Así que, ya dispuesto a dar lo mejor de sí, comenzó a moverse con más confianza, pasando el balón y ayudando a su equipo a defender.

En un momento crucial, tuvo que enfrentar a uno de los chicos mayores, quien se acercaba rápidamente hacia él. Pablo recordó lo que había practicado. Con un movimiento rápido, desvió el balón y se lo pasó a uno de sus amigos.

El equipo de Pablo logró marcar un gol y el ánimo del grupo se disparó. Al final del partido, aunque no habían ganado, todos estaban felices. Pablo se dio cuenta que había aprendido mucho y que lo más importante era disfrutar el juego.

"¡Lo hicimos genial!" - exclamó Lucas, dándole una palmada en la espalda a Pablo.

"Así es, Pablo, ¡sos un jugador increíble!" - agregó Julieta."No importa el resultado, lo que importa es lo bien que la pasamos."

Al despedirse, Pablo se sintió orgulloso de haber enfrentado sus miedos y haber disfrutado del juego. Había aprendido que el fútbol no sólo era ganar, sino también diversión, amistad y aprendizaje. Desde ese día, se unió a sus amigos cada sábado en la plaza, siempre listo para jugar y seguir mejorando.

Y así, Pablo, el chico tímido, se volvió uno de los mejores jugadores del barrio, pero nunca olvidó que lo más hermoso del fútbol era disfrutarlo con quienes lo rodean.

FIN.

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