Pablo y Su Frustración



Una soleada mañana en el barrio de Buenos Aires, un niño llamado Pablo se despertó con una gran energía. Estaba entusiasmado porque hoy era el día en que irían al parque a jugar con sus amigos. Pero al llegar la hora de salir, algo inesperado ocurrió.

"¡Mamá! No encuentro mi pelota azul!", gritó Pablo, comenzando a inquietarse.

"Tranquilo, Pablo. Busquemos juntos, puede estar en cualquier parte", sugirió su mamá, que siempre hablaba con suavidad.

Tras buscar por la habitación, Pablo no encontró su pelota. En un ataque de frustración, se dejó caer al suelo y se puso a llorar.

-Pablo, ¿quieres que te ayude a calmarte?", preguntó papá, entrando a la habitación.

"No quiero calmarme, quiero mi pelota ahora!", exclamó Pablo, mientras pataleaba.

Con paciencia, papá se agachó junto a él.

"Entiendo que estés enojado, pero patalear no nos va a ayudar. ¿Qué tal si respiramos juntos?", propuso.

Pablo hizo una pausa, miró a su papá y, aunque no estaba seguro, decidió intentarlo. Ambos, con los ojos cerrados, inhalaron y exhalaron profundamente.

"Ahora, ¿qué puedes hacer mientras seguimos buscando?", le preguntó su mamá, mientras limpiaba las lágrimas de su rostro.

"Puedo jugar con mis bloques de construcción mientras busco", respondió Pablo, sintiéndose un poco mejor.

Así lo hicieron. Pablo construyó una torre alta mientras papá y mamá continuaban buscando. De repente, un rayo de sol iluminó algo en el rincón de la habitación.

"¡Mira, Pablo! ¡Está tu pelota!", exclamó mamá.

El niño sonrió mientras tomaba la pelota, pero en ese momento, se dio cuenta de algo.

"Mejor estar con ustedes y jugar, que desesperarme", murmuró Pablo.

Con la pelota en mano, todos se fueron al parque. Allí, encontró a sus amigos jugando. Sin embargo, durante el juego, Pablo accidentalmente chocó con otro niño y la pelota rodó hacia otra dirección.

"¡No! ¡Esa era mi jugada!", gritó, con un nuevo brote de frustración en sus ojos.

Su amigo, Tomás, miró preocupado.

"¿Todo bien, Pablo?".

"¡No! No entiendo por qué me pasa esto siempre...", sollozó Pablo.

En ese momento, recordó lo que había aprendido en casa. Así que volvió a respirar hondo.

"Agarra una piedra y lanzala fuerte al lago, eso me ayuda. Lo vi en la tele", sugirió Tomás con entusiasmo.

Pablo hizo caso, tomó una piedra y la lanzó. Al caer en el agua, hizo un gran chapoteo.

"¡Wow! Eso fue divertido!", dijo Pablo, ahora riendo en lugar de llorando.

No sólo se sintió mejor, sino que también vio cómo sus amigos se reían y disfrutaban junto a él. Esto lo llenó de alegría.

Volvieron a jugar. Sin embargo, tras un rato, un niño nuevo se unió al grupo. Era un poco tímido y Pablo se sintió un poco celoso, olvidando rápidamente la calma que había aprendido.

- “¡No! ¡No puedes jugar con nosotros! ¡Este es mi juego!", gritó Pablo sin pensar.

Al darse cuenta de lo que había hecho, se sintió triste. Sus amigos lo miraron confundidos y el nuevo niño se fue a jugar solo.

Recordando una vez más a sus padres, Pablo respiró hondo de nuevo.

"Tengo que pedir disculpas. ¿Puedo intentar otra vez?", se dijo a sí mismo.

Corrió hacia el niño.

"Espera, por favor. Me equivoqué al decirte eso. Todos pueden jugar. ¿Quieres unirte a nosotros?", le ofreció, mientras extendía su mano.

El niño lo miró con sorpresa y sonrió.

"¡Claro!"

De vuelta al juego, ahora Pablo sonreía y jugaba con todos, sintiendo su frustración transformarse en alegría. Al final de la tarde, miró hacia sus padres, con orgullo en el corazón.

"¡Gracias por la ayuda!" les dijo.

"Siempre estamos aquí para apoyarte, Pablo. Lo importante es que estés aprendiendo a manejar tus emociones", sonrió su mamá.

Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Pablo se sintió feliz. Había aprendido que era normal sentirse frustrado a veces, pero lo más importante era cómo podía manejar esos sentimientos. Y lo había hecho, acompañado de paciencia y cariño.

Desde aquel día, cada vez que un berrinche asomaba, recordaba respirar y encontrar maneras creativas de manejar su frustración, siempre apoyado por sus padres y amigos, convirtiéndose en un ejemplo para todos a su alrededor.

Y así, Pablo comprendió que la vida siempre tendría sus desafíos, pero con amor y paciencia, ¡podía superar cualquier obstáculo!

FIN.

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