Panchito y la travesía capilar



Había una vez un pequeño piojo llamado Panchito, que vivía en la cabeza de un niño llamado Tomás. Panchito estaba aburrido de siempre estar en el mismo lugar y soñaba con conocer más partes peludas del cuerpo.

Un día, mientras Tomás se rascaba la cabeza, Panchito aprovechó la oportunidad y saltó hacia el hombro del niño. Desde allí, comenzó su aventura por el cuerpo animal de Tomás.

Panchito recorrió los brazos y las piernas de Tomás, saltando de pelo en pelo y disfrutando cada momento. En su camino, se encontró con otros piojos como él: Carlitos, Martita y Lulú. Juntos decidieron explorar todas las partes peludas del cuerpo de Tomás.

Primero fueron a los pies, donde conocieron a Tobi, un simpático piojo que les enseñó a trepar entre los dedos. Después fueron al pecho y encontraron a Lola y Ramón, dos traviesos piojos que les mostraron cómo balancearse en los vellos del pezón.

La siguiente parada fue la espalda, donde conocieron a Pancho y Anita. Ellos les enseñaron a deslizarse por la columna vertebral usando sus patitas traseras como esquís.

Luego llegaron a las cejas y allí se encontraron con Emma y Lucas, dos piojos muy inteligentes que les explicaron cómo saltar de una ceja a otra sin caerse. El último destino fue la barba de Tomás. Allí se encontraron con Don Julio, el abuelo barbudo más viejo del mundo piojil.

Don Julio les enseñó a hacer acrobacias en los pelos de la barba y les contó historias emocionantes sobre piojos aventureros.

Después de recorrer todas las partes peludas del cuerpo de Tomás, Panchito y sus amigos decidieron volver a su hogar en la cabeza del niño. Estaban felices y satisfechos por haber vivido una gran aventura juntos. Pero antes de despedirse, Panchito les propuso a sus nuevos amigos formar un club llamado "Los Aventureros animals".

Todos estuvieron de acuerdo y prometieron encontrarse cada año para contar nuevas historias e inventar juegos divertidos. Así, Panchito regresó a la cabeza de Tomás con una sonrisa en su rostro. Siempre recordaría aquella maravillosa aventura y valoraría cada pelo que lo rodeaba.

Desde aquel día, Panchito se dio cuenta de que no importaba el lugar donde uno estuviera, siempre había algo interesante por descubrir.

Y así fue como nuestro valiente piojo aprendió que la amistad y la curiosidad pueden llevarte a lugares increíbles, incluso en los rincones más pequeños del mundo.

FIN.

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