Pancho el Oso Loco y Cuncuna la Lenta
Había una vez, en un bosque lleno de árboles altísimos y flores de colores vibrantes, un oso llamado Pancho. Era conocido como 'el oso loco' porque siempre estaba lleno de energía y le encantaba correr y saltar por todos lados. En el mismo bosque, vivía Cuncuna, una pequeña y tranquila cuncuna que se movía despacito, disfrutando de cada hoja que pasaba por su camino.
Un día, mientras Pancho saltaba de un lado a otro, vio a Cuncuna avanzando muy lentamente por una hoja. Pancho se detuvo y la miró con curiosidad.
- ¡Hola, Cuncuna! -dijo Pancho mientras se acercaba- ¿Por qué no te apresuras un poco? ¡Vamos a jugar! -
Cuncuna levantó la vista y sonrió.
- ¡Hola, Pancho! -respondió con suavidad- No puedo correr como vos. Me gusta disfrutar de las pequeñas cosas, como el rocío en las hojas y los colores de las flores.
- Pero te estás perdiendo de toda la diversión -insistió Pancho, saltando de un lado a otro-. ¡Vamos, un poco de velocidad nunca hace daño! -
Cuncuna pensó un momento y dijo:
- Quizás, Pancho, pero yo disfruto de mi propia forma de vivir. Cada uno tiene su ritmo, ¿no crees?
Pancho hizo una mueca, no estaba muy convencido, pero decidió dejarla disfrutar a su manera. A la tarde, el sol comenzó a bajar y los dos amigos se sentaron a mirar el atardecer.
- ¡Mirá qué hermoso se ve! -exclamó Pancho-. Pero yo quiero hacer algo emocionante, algo que nos haga reír. Necesito una aventura. ¡Vamos a buscar un tesoro!
- ¿Un tesoro? Eso suena emocionante, ¡voy contigo! -dijo Cuncuna con entusiasmo.
Así que, armados de energía y determinación, los dos amigos partieron en busca del tesoro escondido en el bosque. Pancho corría de un lado a otro, encontrando pistas, mientras que Cuncuna seguía su propio ritmo, observando cada pequeña maravilla del camino. Así, se adentraron más y más en el bosque.
En su búsqueda, se encontraron con un río que cruzar.
- ¡Mirá, Cuncuna! -dijo Pancho- Podemos saltar por las piedras. Yo iré primero.
- ¡Espera, Pancho! -gritó Cuncuna-. Esa es una idea muy arriesgada. Hay que evaluar cómo cruzar.
- ¿Pero qué más da? -respondió Pancho emocionado y empezó a saltar.
Sin embargo, en su apuro, Pancho resbaló y cayó de bruces al agua. Cuncuna lo miró preocupada.
- ¡Pancho! -exclamó mientras se acercaba lentamente al borde del río-. ¿Estás bien?
La voz de Cuncuna le recordó a Pancho que no todo en la vida es una carrera. Un poco sonrojado, se levantó.
- Sí, estoy bien -dijo con un ligero titubeo-, pero… tenés razón, debería haber sido más cuidadoso.
- Siempre es bueno detenerse y pensar un poco antes de actuar. -Cuncuna sonrió-. Vamos a encontrar un camino que podamos cruzar juntos.
Pancho asintió y, esta vez, siguió a Cuncuna. Poco a poco, encontraron un viejo tronco caído que servía de puente. Cruzaron el río sin problemas, y sintieron una gran satisfacción al haberlo hecho juntos.
Después de continuar su camino, llegaron a un claro donde había una gran roca en el centro.
- ¡Mirá esa roca! -dijo Pancho emocionado-. ¡Tal vez el tesoro esté ahí!
- Pero parece muy pesada, quizás necesitemos ayuda -sugirió Cuncuna.
- ¡Yo puedo moverla! -afirmó Pancho, pero cuando intentó empujarla, se dio cuenta de que era más difícil de lo que pensaba. Se cansó y dejó de intentar.
- Pancho -dijo Cuncuna-, quizás no debas hacer todo solo. ¿Recordás cuando cruzamos el río? Trabajamos juntos y lo logramos. ¿Por qué no tratamos de moverla juntos?
Pancho tomó un respiro y asintió. Juntos comenzaron a empujar la roca, combinando su fuerza con la estrategia. Poco a poco, lograron moverla y descubrir un pequeño cofre escondido debajo.
- ¡Lo conseguimos! -gritó Pancho lleno de energía.
- ¡Sí! -respondió Cuncuna, emocionada-. Lo hicimos juntos.
Al abrir el cofre, encontraron no oro ni joyas, sino algo más valioso: ¡un mapa del bosque que muestra todos los lugares hermosos para explorar! Pancho miró asombrado.
- Este es el verdadero tesoro, Cuncuna.
- ¡Es cierto! -celebró Cuncuna-. Podemos seguir descubriendo juntos, disfrutando de cada paso que damos.
Desde entonces, Pancho y Cuncuna se convirtieron en grandes aventureros. Pancho aprendió a disfrutar de la lentitud de Cuncuna, y ella, cada día un poco más, se dejó llevar por el ritmo acelerado de su amigo, aprendiendo a divertirse.
Así, entre risas y exploraciones, Pancho el oso loco y Cuncuna la lenta demostraron que, sin importar el ritmo de cada uno, la verdadera amistad y los momentos compartidos son siempre el mejor tesoro de todos.
FIN.