Paola y los Conejos Perdidos
Un día soleado, Paola hacía una fiesta de té en su habitación con sus cinco conejos: Floppy, Nieve, Copito, Rayitas y Bolita.
"¡Vengan, conejitos! Aquí hay galletitas de zanahoria para todos!"
Paola reía y bailaba mientras los conejos brincaban por toda la habitación. Sin embargo, cuando su mamá la llamó a cenar, salió corriendo y dejó la puerta abierta. Al regresar, se dio cuenta de que los conejos no estaban.
"¡Oh no! ¿Dónde se fueron?" decía Paola, asustada.
Salió corriendo al patio y no vio a sus conejos. "¡Tengo que encontrarlos!" pensó. Comenzó a buscar en todos lados.
Primero miró detrás del árbol.
"¿Conejitos? ¿Están aquí?"
No había respuesta. Luego, decidió mirar en el jardín. Tal vez estaban jugando entre las flores.
"¡Rayitas, Bolita!" llamó, pero solo escuchó el canto de los pájaros.
Mientras buscaba, Paola vio a su vecino, el señor Joaquín, podando su césped.
"Hola, Paola. ¿Qué te pasa?" preguntó el señor Joaquín.
"Mis conejitos se han perdido y no sé dónde están!"
"Tal vez se hayan escabullido por la calle. ¿Ya miraste en la plaza?" sugirió Joaquín.
Paola sonrió y dijo:
"¡Buena idea! Gracias, señor Joaquín!"
Y corrió hacia la plaza, con la esperanza de encontrar a sus amigos.
Al llegar, miró a su alrededor. Había muchos niños jugando, pero no había rastro de sus conejos. Entonces vio algo moverse detrás de un arbusto. Se acercó y, para su sorpresa, ¡allí estaban Floppy y Nieve!"¡Conejitos!" gritó Paola, feliz.
Los conejos la miraron y comenzaron a saltar hacia ella.
"¡Vamos, chicos! ¿Dónde están Copito, Rayitas y Bolita?"
Paola, emocionada, siguió buscando. De pronto, escuchó risas. Un grupo de niños estaba riendo cerca de un columpio.
"¿Qué pasa?" preguntó Paola, acercándose.
"¡Mirá, Paola!" dijo una niña señalando hacia el columpio. Allí estaban Copito, Rayitas y Bolita, jugando a atraparse entre risas y saltos. La niña agregó:
"Estaban tan felices que decidimos jugar con ellos. ¡Son muy divertidos!"
Paola no podía estar más feliz.
"¡Gracias por cuidar de ellos!" dijo mientras los recogía.
Al terminar de jugar, Paola llevó a todos sus conejos de vuelta a casa, y todos sintieron un gran alivio.
"¡No volveré a dejar la puerta abierta!" prometió Paola, mientras acariciaba a sus conejos.
Esa noche, mientras cenaba con su familia, Paola les contó lo que había pasado.
"Los conejos son como nosotros, a veces se pierden, pero con un poco de ayuda y amistad, siempre se pueden encontrar".
Y así, Paola aprendió la importancia de cuidar a los que ama y la alegría de compartir momentos con amigos.
FIN.