Papita Loco y el Monstruo Terrible
En un tranquilo pueblito llamado Verdulandia, vivía un curioso niño llamado Papita Loco. Papita no era un niño común; tenía una imaginación desbordante y, en sus días de descanso, le encantaba compartir aventuras con su fiel amigo Dorey, un perro de pelaje dorado que siempre estaba a su lado.
Un día, mientras jugaban en el parque, Papita Loco gritó emocionado:
- ¡Dorey! ¡Vamos a investigar el misterioso bosque de los susurros! Hay rumores de que un monstruo vive allí. ¡Seguro que es un monstruo divertido!
Dorey, moviendo su cola con entusiasmo pero también con un leve temblor de miedo, le respondió:
- ¡Guau! No estoy seguro, Papita. ¿Y si no es divertido? ¿Y si es un monstruo aterrador?
Papita Loco, con su eterna determinación, dijo:
- ¡No te preocupes! Vamos a averiguarlo. Además, si encontramos un monstruo, tal vez podamos hacer un amigo nuevo.
Así que, sin pensarlo demasiado, los dos amigos se adentraron en el bosque de los susurros. Las sombras jugaban entre los árboles y los ruidos del viento parecían contar secretos. Papita Loco tarareaba una canción alegre mientras avanzaban.
Después de un rato, llegaron a un claro iluminado por la luz del sol, y allí se encontraron con el supuesto monstruo. Era un enorme ser de pelaje gris y ojos grandes, pero en lugar de tener fauces afiladas y un rugido aterrador, estaba sentado en una roca llorando.
- ¡Hola! - saludó Papita con entusiasmo.
- ¿Por qué lloras, monstruo? ¿Te podemos ayudar?
El monstruo levantó la vista y, con una voz temblorosa, respondió:
- Soy el Monstruo Terrible y todos me temen. Nadie se acerca a mí porque creen que soy un monstruo feroz, pero en realidad, solo quiero tener amigos.
Papita Loco, sorprendido y conmovido, se acercó al monstruo.
- Pero si no pareces terrible. ¡Pareces solitario!
Dorey, por su parte, se sentó al lado del monstruo y le dio un lametón en la mano, como si le dijera: "No tienes que tener miedo". El Monstruo Terrible sonrió levemente.
- ¿De verdad no me temen?
- ¡Para nada! - exclamó Papita.
- Solo queremos ser tus amigos. ¿Te gustaría jugar con nosotros?
Los ojos del monstruo se iluminaron. Por primera vez, sentía una chispa de esperanza.
- ¡Me encantaría! Pero no sé jugar. Todos escapan de mí.
Papita Loco pensó un momento y le sonrió.
- Está bien, entonces, te enseñaremos a jugar. ¡Vamos a hacer una carrera!
Y así, comenzaron a jugar. Papita Loco, Dorey y el Monstruo Terrible se lanzaban pelotas, corrían entre los árboles y reían juntos. Al principio, el monstruo era un poco torpe, pero rápidamente se dio cuenta de que la diversión no dependía de ser rápido o habilidoso, ¡sino de disfrutar del momento!
Después de un tiempo, el Monstruo Terrible se sintió más seguro y empezó a reírse a carcajadas.
- ¡Nunca había sido tan feliz! Gracias, amigos.
Fue entonces que Papita tuvo una brillante idea.
- ¿Por qué no venís al pueblo con nosotros? ¡Podés mostrarles a los demás que no eres un monstruo terrible, sino un amigo increíble!
El monstruo dudó por un momento.
- Pero me dará miedo. Todos se van a asustar cuando me vean.
Papita Loco lo miró con una gran sonrisa.
- Podemos ir juntos. Te prometo que estaremos a tu lado.
Convencido por la valentía de sus amigos, el Monstruo Terrible decidió dar el paso. Juntos, caminaron hacia Verdulandia. Al llegar, toda la gente, que había escuchado rumores de un monstruo en el bosque, los miraba con temor,
- ¡Miren! - gritó Papita.
- Este es nuestro nuevo amigo, el Monstruo Terrible. ¡No es terrible para nada!
Los habitantes del pueblo se miraron unos a otros, pero Papita, Dorey y el Monstruo Terrible sonrieron con tanta energía que poco a poco, la gente comenzó a relajarse.
- ¡Guau, es verdad! - dijo un niño.
- Él parece bastante amigable.
Después de un rato de charla, el Monstruo Terrible amplió su corazón, compartiendo historias divertidas y jugando con los niños del pueblo. Todos comprendieron que no hay que juzgar a los demás por su apariencia y que, a veces, los verdaderos amigos están en los lugares menos esperados.
Al final del día, Papita, Dorey y el Monstruo Terrible se despidieron de los nuevos amigos.
- ¡Hasta pronto! - dijeron, mientras el monstruo sonreía de oreja a oreja.
Papita Loco, mirando a su amigo, dijo:
- ¡Ves, Dorey! A veces, el miedo solo está en nuestra cabeza, y lo que creemos que es terrible puede ser maravilloso.
Desde aquel día, el Monstruo Terrible nunca volvió a estar solo. Y así, en Verdulandia, se forjó una hermosa amistad que siempre recordarán, demostrando que todos merecen una oportunidad para brillar. Al final del día, Papita Loco y Dorey aprendieron que, a veces, lo más hermoso de la vida es encontrar amistades en los lugares inesperados.
FIN.