Papo y el Poder de un Saludo
Era un día soleado en el barrio de Villa Alegría. Papo, un pequeño pajarito muy juguetón, pasaba sus días volando de árbol en árbol, pero tenía un pequeño problema: nunca saludaba a los demás animales. A él le parecía que no era necesario.
Un día, mientras revoloteaba entre las ramas, vio a su amiga Lila, la ardillita, que estaba muy emocionada. Ella estaba preparando una gran fiesta en la que invitaba a todos sus amigos.
"¡Papo! ¡Vení a mi fiesta!" - gritó Lila con una sonrisa.
"Nah, no creo que vaya. La verdad, no tengo ganas de ver a nadie" - contestó Papo, alejándose.
Lila se lo tomó con entusiasmo. "¡Pero será divertido! Habrá juegos y comida rica. Todos estarán ahí. Es una oportunidad perfecta para socializar, Papo! Pero, si no querés ir, ¡esta fiesta será un fracaso!" - aunque intentó hacerla un poco divertida, Papo sólo movió su cabeza con indiferencia.
A pesar de lo que Lila le dijo, Papo decidió quedarse en casa, pensando en sus cosas. La noche de la fiesta llegó, y los animales se reunieron, llenos de alegría. Lila estaba feliz mientras les daba la bienvenida a todos.
"¡Bienvenidos, amigos!" - decía ella, moviendo su cola con entusiasmo.
De repente, Papo escuchó las risas y los gritos de felicidad. Aunque la curiosidad lo picaba, él mantuvo sus alas pegadas al cuerpo.
Al día siguiente, mientras volaba cerca del lugar de la fiesta, Papo notó algo raro: todos los animales hablaban de cómo se habían divertido la noche anterior.
"¡¿Viste lo que hizo Carlos, el conejo? ! Se disfrazó de superhéroe y todos nos reímos un montón!" - decía un patito.
"Sí, y Lila organizó unos juegos increíbles! No podíamos parar de reír!" - le respondió otro.
Papo sintió un pequeño pinchazo de tristeza. "¿Y yo?" - pensó. "Me los perdí a todos..."
A partir de ese momento, Papo decidió que era hora de cambiar. Quería ser parte de esa alegría. Así que al día siguiente, voló alto y vio a un grupo de animales en la plaza. Se respiraba un aire de diversión. Entonces, acercándose un poco nervioso, Papo decidió que les diría algo.
"¡Hola a todos!" - anunció, con su pequeño corazón latiendo fuertemente. A los animales les sorprendió. ¿El despreocupado Papo los estaba saludando?"¡Hola, Papo!" - le respondieron todos con una sonrisa.
Papo continuó. "Quiero disculparme por no haber venido a la fiesta. Me lo perdí y parece que se divirtieron muchísimo".
Los otros animales sonrieron con comprensión.
"No te preocupes, Papo. Siempre habrá otra oportunidad. Mucha gente se siente igual, a veces solo necesitan un poquito de apoyo" - le dijo Lila.
Y así, poco a poco, Papo fue saludando a los demás en el parque. Cada saludo era como una chispa de luz que iluminaba su día y el de los demás.
"¡Qué lindo es saludar!" - pensó en voz alta mientras volaba por encima de sus nuevos amigos. "¡Los hace sentir bien!"
El tiempo pasó y Papo se convirtió en un experto en dar saludos. Se dio cuenta de que al hacerlo, no solo alegraba el día de los demás, sino que también su corazón se llenaba de alegría y compañía.
Desde ese día, Papo entendió que un simple saludo podía cambiar todo, y que todos tenemos el poder para compartir felicidad. Todos en Villa Alegría lo supieron: un pequeño saludo puede brindar mucha alegría.
Y así, Papo nunca olvidó la importancia de conectar con los demás, haciendo que cada día en Villa Alegría fuera aún más especial.
"¿Vienen a jugar, chicos?" - preguntaba Papo entusiasmado tras un nuevo saludo.
"¡Sí! ¡Vamos!" - respondían ellos riendo, porque ya nadie podía resistirse a la alegría de Papo.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.