París y los hermanitos bondadosos
Había una vez en un pequeño pueblo de la campiña francesa, una cigüeña llamada Paris que se encargaba de llevar a los recién nacidos a sus familias.
Paris era una cigüeña muy especial, ya que además de ser responsable y diligente en su trabajo, tenía un corazón tan grande como el cielo azul. Un día, mientras volaba sobre los campos verdes, Paris escuchó risas y cantos provenientes de un hermoso jardín.
Al acercarse, vio a dos niños jugando felices bajo la sombra de un árbol. Eran Pablo y María, dos hermanitos que se amaban con todo su corazón. Paris quedó maravillada por la forma en que se cuidaban mutuamente y cómo se apoyaban en cada aventura.
Desde ese momento, decidió observarlos de cerca para aprender más sobre el amor entre hermanos.
Una mañana soleada, cuando Paris estaba a punto de iniciar su rutina diaria repartiendo bebés por todo el pueblo, escuchó llantos desconsolados provenientes de una casa cercana. Intrigada por el sonido triste, voló hacia allí y descubrió a una pareja joven sosteniendo en brazos a un adorable bebé recién nacido. "¿Qué sucede aquí?", preguntó Paris con ternura.
La madre miró a la cigüeña con ojos llenos de lágrimas y le explicó que no podían quedarse con el bebé porque no tenían los recursos necesarios para criarlo adecuadamente.
La situación entristeció profundamente a Paris, quien sabía lo importante que era para un niño crecer rodeado de amor y cuidado. Sin dudarlo un segundo, Paris decidió tomar al bebé entre sus alas y emprender vuelo hacia el jardín donde vivían Pablo y María.
Sabía que ellos serían capaces de darle al pequeño todo el cariño y protección que necesitaba. Al llegar al jardín, los niños corrieron emocionados hacia la cigüeña al ver al bebé en sus brazos. Sus ojitos brillaban con alegría al descubrir la sorpresa inesperada.
"¡Es tan lindo!", exclamaron al unísono Pablo y María. Paris les contó lo ocurrido e hizo entrega del bebé a los hermanitos con mucho amor. Desde ese día, Pablo y María se convirtieron en los mejores hermanos mayores para el pequeño recién llegado.
Lo cuidaban con esmero, lo protegían del frío invierno y lo llenaban de risas cada día.
Con el paso del tiempo, aquel bebé creció sano y feliz junto a sus nuevos hermanos gracias al amor incondicional brindado por Paris en esa jornada memorable. La cigüeña entendió entonces que el verdadero regalo no era solo llevar a los niños hasta sus familias, sino también asegurarse de que recibieran todo el amor necesario para florecer como personas bondadosas y solidarias.
Y así fue como Paris aprendió una valiosa lección: El amor puede encontrarse en las formas más inesperadas e iluminar vidas enteras con su luz radiante.
FIN.