Patas de Alegría



Había una vez un perro llamado Firulais que vivía en una hermosa casa con su dueña, Martina. Firulais era un perro muy especial, siempre lleno de energía y alegría.

Un día, mientras Firulais jugaba en el patio trasero de su casa, vio algo brillante en el césped. ¡Era una pelota de tenis! Sin pensarlo dos veces, Firulais corrió hacia ella y comenzó a saltar y morderla con entusiasmo.

Martina estaba observando desde la ventana y sonrió al ver lo feliz que estaba su fiel compañero. Decidió aprovechar esa energía para enseñarle algo nuevo a Firulais. Martina salió al patio y le dijo: "Firulais, ¿te gustaría aprender algunos trucos nuevos?".

El perro movió la cola emocionado y ladró como si estuviera diciendo "¡Sí!". Martina tomó la pelota de tenis y se la mostró a Firulais. —"Mira" , dijo mientras sostenía la pelota en el aire, "quiero enseñarte a atraparla cuando te la lance".

Firulais miraba fijamente la pelota con sus ojos brillantes. Martina lanzó la pelota al aire y Firulais saltó rápidamente para atraparla en el aire. Ambos se emocionaron mucho por ese logro.

Desde ese día, Martina pasaba todos los días un rato entrenando a Firulais. Aprendieron muchos trucos divertidos juntos, como dar vueltas sobre sí mismo, dar las patas e incluso hacer piruetas en el aire. Firulais se convirtió en la estrella del vecindario.

Todos los niños venían a visitarlo y quedaban maravillados con sus habilidades. Firulais estaba feliz de poder hacerlos reír y disfrutar de su compañía. Un día, mientras Firulais paseaba por el parque con Martina, vio a un perro triste sentado solo en una banca.

Se acercó corriendo y ladró amigablemente para saludarlo. El perro triste se llamaba Rocky y había perdido a su dueño hacía poco tiempo. Firulais sintió compasión por él y decidió ayudarlo a superar su tristeza.

Firulais comenzó a mostrarle todos los trucos que había aprendido. Saltaba, giraba y hacía piruetas para animar a Rocky. Poco a poco, el perro triste comenzó a sonreír y jugar junto a Firulais.

Desde ese día, Firulais y Rocky se volvieron inseparables. Juntos recorrían el parque alegrando la vida de todos los que los veían. Martina estaba tan orgullosa de Firulais por haber encontrado un amigo especial como Rocky.

Aprendió que no solo era importante ser juguetón y travieso, sino también ser solidario con aquellos que necesitan una mano amiga. Y así, la historia de Firulais nos enseña que siempre hay algo bueno en cada uno de nosotros.

Solo tenemos que encontrarlo y compartirlo con quienes nos rodean para hacer del mundo un lugar mejor lleno de amor y alegría. -Fin-

FIN.

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