Patinar juntos


Había una vez una nena llamada Camila, a la que le encantaba patinar los domingos en el parque. Desde muy pequeña, su mamá la llevaba a clases de patinaje y ella se divertía muchísimo deslizándose por el asfalto.

Cada día de la semana, Camila contaba los días que faltaban para su próxima clase de patinaje. Se levantaba temprano con ansias y se preparaba con mucho entusiasmo su mochila para ir al parque.

Un día, mientras estaba patinando en el parque, vio a un niño sentado triste en un banco. Se acercó a él y le preguntó qué le pasaba. El niño le contestó que no tenía amigos con quien jugar y se sentía solo.

Camila decidió invitarlo a patinar junto a ella y juntos comenzaron a deslizarse por el parque. El niño se divirtió tanto que no podía dejar de sonreír.

A partir de ese día, Camila siempre invitó al niño a sus clases de patinaje dominicales y juntos se convirtieron en grandes amigos.

Un día, cuando llegó al parque para su clase de patinaje semanal, encontró una sorpresa: ¡todos sus amigos del barrio habían decidido aprender a patinar también! Camila estaba feliz porque ahora podía compartir su pasión con más personas. Pero pronto descubrió que enseñarles no era tan fácil como pensaba. Algunos tenían miedo de caerse o simplemente no lograban mantener el equilibrio sobre las ruedas del patín.

Camila decidió ayudarlos y les enseñó con paciencia y dedicación. Poco a poco, sus amigos fueron mejorando hasta que finalmente todos pudieron patinar juntos.

Camila se dio cuenta de que su amor por el patinaje no solo la hacía feliz a ella sino también a quienes la rodeaban. Aprendió que compartir sus pasatiempos con otros podía ser una experiencia maravillosa y enriquecedora.

Desde ese día, Camila dejó de contar los días para su próxima clase de patinaje, porque sabía que cada momento en el parque era especial y lleno de aventuras junto a sus amigos.

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