Patricia, la Reina del Baile
Érase una vez en un pequeño pueblo lleno de colores y risas, donde vivía una niña llamada Patricia. A Patricia le encantaba bailar. Cuando escuchaba música, sus pies parecían cobrar vida y comenzaban a moverse como si fueran de goma. Todos los días, al volver de la escuela, se ponía sus zapatillas de baile, subía a su habitación y daba rienda suelta a su alegría.
Un día, mientras Patricia practicaba sus pasos, notó un pequeño cartel en la plaza del pueblo que decía: "Gran Concurso de Baile, el próximo sábado en el Parque Central. ¡Con premios y mucho más!". Sus ojos brillaron con emoción y pensó: "¡Tengo que participar! ¡Voy a ser la reina del baile!".
Con mucha ilusión, Patricia empezó a ensayar todos los días. Hacía piruetas, saltos y giros, poniendo todo su corazón en cada movimiento. Cuando su mejor amiga, Flor, la vio ensayando, se unió a ella. "¡Yo quiero bailar contigo, Patricia!".
"¡Genial! Cada vez que estamos juntas, nos divertimos mucho más. Podemos hacer una coreografía espectacular".
Las dos amigas pasaban horas ensayando, riendo y compartiendo ideas. Pero el día antes del concurso, Flor se puso un poco triste. "No sé si puedo bailar tan bien como vos, Patricia. Tal vez debería quedarme en casa".
"¿Por qué decir eso? ¡Tú eres una gran bailarina! Juntas somos imparables. ¿Recuerdas la vez que sorprendimos a todos en la escuela?".
Flor sonrió, recordando aquel momento mágico. "Tienes razón, ¡vamos a dar lo mejor de nosotras!".
El día del concurso llegó, y el parque estaba lleno de niños, adultos y un jurado muy estricto. Patricia y Flor estaban nerviosas, pero decidieron concentrarse en lo que más les gustaba: ¡bailar!
Cuando llegó su turno, subieron al escenario y comenzaron a moverse al ritmo de la música. Ambos se dejaban llevar por la melodía y, poco a poco, los nervios fueron desapareciendo. A medida que avanzaban en su coreografía, el público aplaudía y sonreía.
Sin embargo, de repente, un giro inesperado ocurrió. Mientras realizaban un salto, Flor se torció un tobillo y cayó al suelo. Patricia se acercó rápidamente. "¡Flor! ¿Estás bien?".
"Me duele un poco, pero creo que puedo seguir".
"No, no. Lo más importante es que estés bien. Voy a hacer el resto de la coreografía yo sola".
Patricia miró al público, que la animaba con aplausos. Inspirada por la alegría de bailar y el apoyo de sus amigos, decidió seguir adelante. Comenzó a improvisar, convirtiendo su actuación en un homenaje a su amiga, creando movimientos que destacaban su propio talento, pero también el amor y la amistad que compartían.
Cuando terminó, la multitud estalló en aplausos. El jurado sonreía y aplaudía. Después, anunciaron a las ganadoras. "Y el primer lugar es para... ¡Patricia y Flor!".
Patricia sonrió con lágrimas de alegría, pero rápidamente se dirigió a su amiga. "No podría haberlo hecho sin ti, Flor. ¡Vamos a compartir este premio!".
"Gracias, Patricia. Eres una verdadera reina del baile".
Desde ese día, Patricia y Flor siguieron bailando juntas y aprendiendo la importancia de la amistad, la colaboración y el apoyo mutuo. La plaza del pueblo se llenó de música y risas, donde todos podían bailar y vivir momentos de alegría. Patricia había aprendido que ser una reina no solo significaba ganar, sino también brillar y ayudar a quienes ama. Y así, cada vez que sonaba la música, todos en el pueblo sabían que era hora de dejarse llevar por la alegría del baile.
FIN.