Patufet y la grandeza interior
Había una vez en un pequeño pueblo de Cataluña, un niño llamado Patufet. Era muy chiquito y le encantaba explorar el mundo que lo rodeaba.
Un día, mientras paseaba por el campo, se encontró con una ardilla muy amigable llamada Nuez. "- ¡Hola Patufet! ¿Qué haces por aquí tan solito?" -preguntó la ardilla. "- Hola Nuez, estoy buscando aventuras nuevas para vivir" -respondió Patufet con entusiasmo. Nuez sonrió y le dijo: "- Tengo algo emocionante para ti.
En lo alto de aquella colina hay un árbol mágico que concede deseos a quienes lo encuentran". Los ojos de Patufet brillaron de emoción y juntos se dirigieron hacia la colina.
El camino estaba lleno de obstáculos, pero con valentía y trabajo en equipo lograron superarlos.
Al llegar al árbol mágico, una voz resonó en el aire:"- ¡Bienvenidos, valientes viajeros! ¿Cuál es vuestro deseo más profundo?"Patufet pensó por un momento y dijo: "- Quisiera ser grande y fuerte para poder ayudar a los demás". El árbol comenzó a brillar intensamente y en cuestión de segundos, Patufet se transformó en un niño grandote y musculoso.
Se sentía poderoso, pero algo en su interior le decía que ese no era su verdadero yo. Nuez notó la tristeza en sus ojos y le recordó: "- La verdadera fuerza está en tu corazón noble y generoso, no en tus músculos".
Patufet reflexionó sobre sus palabras y mirando al árbol pidió su segundo deseo: "- Deseo volver a ser como era antes, pequeño pero lleno de bondad y coraje". El árbol mágico concedió su deseo y Patufet volvió a ser el niño chiquito que todos conocían.
Esta vez, sin embargo, sabía que su tamaño no definía su valor. Con renovada confianza en sí mismo, decidió ayudar a los demás usando sus habilidades únicas. Ya no necesitaba ser grande para marcar la diferencia en el mundo.
Desde ese día, Patufet se convirtió en un héroe entre los habitantes del pueblo. Su historia inspiraba a grandes y chicos a creer en sí mismos sin importar su apariencia o tamaño.
Y así fue como el pequeño Patufet descubrió que la verdadera grandeza reside en el interior de cada uno de nosotros.
FIN.