Paulino, el romántico de Aiquile
En el pequeño y encantador pueblo de Aiquile, vivía un niño llamado Paulino. A sus 10 años, Paulino tenía una gran imaginación y un corazón lleno de amor por la belleza que lo rodeaba. Le encantaba observar las flores, escuchar el canto de los pájaros y disfrutar de los atardeceres que pintaban el cielo de colores vibrantes.
Un día, mientras caminaba por el parque, decidió que quería promover el amor y la alegría en su pueblo. Su primera idea fue organizar un "Día de los Abrazos". Comenzó a repartir volantes a todos sus amigos y conocidos.
"¡Hola, Fernando! ¿Sabías que el 10 de octubre es el Día de los Abrazos en Aiquile?" - le dijo a su amigo.
"¿Día de los Abrazos? ¡Eso suena divertido! ¿Qué tenemos que hacer, Paulino?" - respondió Fernando, curioso.
Paulino explicó que el objetivo era que todos se abrazaran y compartieran sonrisas. Cuanto más abrazos se dieran, más feliz sería el pueblo. Fernando se entusiasmó y corrió a contarle a su hermana, Lucía.
"¡Lucía, tenemos que ayudar a Paulino! Él quiere que todos se abracen el 10 de octubre. ¡Vamos a hacer carteles!" - dijo Fernando.
Lucía, al principio, dudó un poco.
"¿Abrazos? No sé. A algunas personas no les gusta tocar a otros. Podemos pensar en otra cosa, quizás algo de comida..."
Pero Paulino la interrumpió con una gran sonrisa.
"¡Por eso mismo! Si a la gente le gusta el helado, quizás se animen a intercambiar abrazos. ¡Hagamos un día especial! Podríamos ofrecer helados a quienes participen."
Y así, durante toda esa semana, Paulino, Fernando y Lucía pusieron manos a la obra. Fabricaron coloridos carteles, llenos de dibujos y palabras que decían: "¡Vení a dar un abrazo!". Para celebrar, decidieron hacer una competencia de abrazos para ver quién daba más. La idea comenzó a contagiarse, y pronto otros niños del pueblo se unieron a la causa.
El gran día llegó. Cuando Paulino llegó al parque, se sorprendió al ver a muchas familias y niños listos para participar. Había música, risas, y un gran carrito de helados.
"¡Bienvenidos todos a nuestro Día de los Abrazos! ¡No olviden que por cada abrazo recibirán un helado!" - gritó Paulino, emocionado.
Las risas y abrazos comenzaron a inundar el parque. Los niños abrazaban a sus amigos y luego a sus padres. Algunos adultos, un poco tímidos al principio, terminaron uniéndose a la alegría.
Todo iba genial hasta que un grupo de jóvenes, que no estaba tan convencido de la idea, se acercó con miradas escépticas.
"¿Esto es en serio? ¿Abrazar?" - preguntó uno de ellos, cruzando los brazos.
"Puede sonar raro, pero es divertido!" - contestó Lucía, con la esperanza de convencerlos.
"No, gracias. Preferimos hacer skate en la plaza" - dijo otro chico y se quedaron en su lugar.
Paulino sintió que la energía del día se estaba derrumbando un poco. Decidió acercarse a ellos.
"¿Y si hacemos una competencia de abrazos en el skate? Si se animan, les prometo que después podrán aderezar con helados todos esos trucos que hagan".
Los jóvenes se miraron entre sí, intrigados.
"¿De verdad? ¿Con helados después?" - preguntó uno, ya un poco más interesado.
La competencia comenzó. Paulino se encargó de repartir los abrazos entre los más tímidos, mientras los chicos se dedicaban a hacer trucos con sus skates. Y al ver a Paulino divertirse, poco a poco se animaron a acercarse también a los demás.
Al final del día, no solo habían compartido abrazos, sino también sonrisas, risas y un montón de helados. La gente de Aiquile terminó uniéndose en un gran abrazo grupal, y aquel día se convirtió en un hermoso recuerdo para todos.
Paulino aprendió que el amor y la alegría pueden unirse de muchas formas, incluso a través de simplezas como un abrazo y un helado. Con un gran corazón y creatividad, todo es posible.
Esa noche, mientras el sol se ponía, Paulino miró el cielo.
"Creo que el amor puede hacer magia, y es nuestra tarea compartirla siempre." - susurró, lleno de satisfacción al ver cómo su idea había cambiado el día de su pueblo.
FIN.