Pedacito de mi corazón, mi hija Fabiana
Era una mañana radiante en la pequeña ciudad de Valle Alegre, donde el sol brillaba y las flores comenzaban a despertar. Fabiana, una nena de ocho años con una sonrisa que iluminaba el día, se encontraba en el jardín de su casa, jugando con su perrito Canela.
- ¡Mirá, Canela! -dijo Fabiana mientras lanzaba una pelota-. Vamos a jugar a la pelota. ¡Vos podés alcanzarla!
Canela, emocionado, corrió tras la pelota y Fabiana se reía a carcajada limpia. Justo en ese momento, su mamá, María, salió de la casa con una bandeja llena de galletitas recién horneadas.
- Fabiana, ¡quiero que pruebes estas galletitas! -exclamó con alegría.
Fabiana corrió hacia su mamá, olvidándose de la pelota y corriendo hacia las galletas.
- ¡Mmm, huelen riquísimo, mamá! -dijo, mientras su boca se llenaba de agua al verlas. Pero cuando iba a tomar una, su mamá la detuvo.
- Esperá, cariño. Primero vamos a hacer algo especial. ¿Te acordás del cuento que leímos anoche sobre ayudar a los demás?
- Sí, mamá. ¿Vamos a ayudar a alguien? -preguntó Fabiana con brillos en los ojos.
María sonrió, sabiendo que su hija era muy sensible y siempre quería ayudar.
- Exactamente. Hoy vamos a preparar galletitas para los abuelitos de la casa de reposo. Ellos suelen sentirse un poco solos y creo que unas galletitas caseras les harían sonreír -dijo María entusiasmada.
Fabiana, con su corazón repleto de amor, asintió con firmeza.
- ¡Sí, sí! ¡Vamos a hacer muchas! -gritó.
Con manos pequeñas y guerra de harina, Fabiana y María comenzaron a hornear. Cortaron formas divertidas, decoraron galletas con colores brillantes y se reían a cada rato. Eran las mejores galletas del mundo. Cuando terminaron, llenaron una hermosa caja.
- ¡Mirá qué lindo nos quedó! -exclamó Fabiana, mientras mostraba la caja llena de galletas decoradas con amor.
- Sí, cariño. Ahora es hora de llevarlas a los abuelitos. -dijo María con cariño.
El trayecto hacia la casa de reposo fue lleno de risas y juegos, mientras Fabiana pensaba en las sonrisas que vería.
Al llegar, se encontraron con el abuelo Pablo, quien estaba sentado solo en un banco del parque.
- ¡Hola, abuelo! -saludó Fabiana con entusiasmo.
El abuelo levantó la vista y sonrió, sus ojos brillaban al ver a la niña.
- Hola, pequeña. ¿Qué traes ahí? -preguntó curioso.
- Hicimos galletitas para ustedes -dijo Fabiana, abriendo la caja con cuidado como si fuera un tesoro.
- ¡Qué delicia! -exclamó el abuelo, mientras sus manos temblorosas tomaban una galletita. - Gracias, querida.
Fabiana sintió que un pedacito de su corazón se llenaba cuando vio la sonrisa del abuelo. Y así, comenzó a repartir galletitas entre los abuelitos que estaban ahí.
- ¡Yummy! -decía cada uno mientras probaban.
Pero de repente, Fabiana notó que una señora estaba sentada a la sombra sin hacer nada. Se le acercó y le preguntó:
- ¿Por qué no comes una galletita?
La señora la miró y con una voz suave pero triste contestó:
- Gracias, nena, pero no tengo ganas de comer.
Fabiana pensó unos segundos y, con ternura, le dijo:
- ¿Querés que te cuente un cuento? A veces las historias nos hacen sentir felices.
La señora la miró sorprendida, pero luego asintió lentamente.
- Bueno, me encantaría -dijo sonriendo débilmente.
Fabiana, emocionada, se acomodó al lado de la señora y comenzó a contarle un cuento inventado sobre una princesa valiente que enfrentaba dragones y ayudaba a su reino. La historia era tan divertida y mágica que la señora comenzó a reír. Se olvidó por un momento de su tristeza.
- ¡Eres una cuentacuentos fantástica! -dijo la señora con ojos brillantes.
Cuando Fabiana terminó, la señora la abrazó con fuerza.
- Gracias, cariño. Tu historia me ha hecho sentir viva otra vez. -dijo mientras se limpiaba las lágrimas.
Fabiana, emocionada, se dio cuenta de que ayudar a los demás era una de las cosas más bellas que podía hacer.
- Todos necesitamos un pedacito de amor, ¿verdad? -le preguntó a la señora.
- Así es, querida. Gracias a vos lo he encontrado -respondió la señora con una sonrisa sincera.
La tarde continuó llena de risas y cuentos, hasta que María decidió que era hora de volver a casa. Fabiana, con su corazón lleno de amor y felicidad, se despidió de los abuelitos, prometiendo volver.
- ¿Puedo hacer esto siempre, mamá? -preguntó Fabiana mientras caminaban a casa.
- Claro que sí, mi pequeña. Ayudar y dar amor es lo más importante del mundo. Además, así el pedacito de tu corazón puede crecer -le dijo María emocionada.
Fabiana sonrió, sabiendo que todos llevamos un pedacito de amor en nuestro corazón y que compartirlo podía cambiar el día de alguien más.
Desde ese momento, cada semana Fabiana y su mamá hicieron un espacio en su corazón y en su agenda para llevar alegría a los abuelitos, y así descubrieron que el amor se multiplica cuando se comparte.
FIN.