Pedrito y el Encanto de la Diversidad



Había una vez un niño llamado Pedrito que vivía en el corazón del oriente amazónico. Era un lugar lleno de árboles gigantes, ríos caudalosos y una diversidad de animales fascinantes. Pedrito disfrutaba explorando la selva y aprendiendo todo sobre las plantas y los animales que habitaban su hogar.

Un día, su familia tuvo que mudarse a la costa. Al llegar, Pedrito se sintió un poco extraño. Todo era diferente: la brisa del mar, el sonido de las olas y la gente que vestía de forma distinta.

"¿Por qué todo esto es tan diferente a mi casa en la selva?" - pensó, un poco triste.

El primer día de escuela en la costa fue complicado. Pedrito miraba a sus compañeros correteando con sus tablas de surf y jugando con la arena. Se sentía fuera de lugar. En el recreo, un grupo de niños lo miraba curioseando.

"¿De dónde sos, Pedrito?" - preguntó Ana, una niña de cabello rizado. "¿Por qué tenés esas pulseras tan raras?"

Pedrito estaba nervioso, pero decidió ser valiente.

"Soy de la selva amazónica. Estas pulseras son de semillas y me recuerdan mi hogar."

Los niños se miraron entre sí, sorprendidos.

"¿Selva?" - exclamó Tomy, el más aventurero del grupo. "¡Eso suena genial! ¿Cómo es vivir allí?"

Con una sonrisa tímida, Pedrito empezó a contarles sobre los animales que había visto: el jaguar, el guacamayo y los delfines que jugaban en el río.

"¿Sabés qué? Me encanta conocer sobre otros lugares. Y tu historia es muy interesante, Pedrito." - dijo Justina, que siempre estaba lista para aprender.

Poco a poco, Pedrito se dio cuenta de que sus compañeros estaban fascinados con su vida en la selva. Les enseñó a hacer pulseras con semillas, y ellos le mostraron a jugar al vóley y a construir castillos de arena.

Una tarde, mientras todos jugaban, una tormenta repentina llegó. Los niños, asustados, no sabían qué hacer. Pedrito, recordando cómo se refugian en la selva, dijo con voz firme:

"Vengan, háganme caso, podemos refugiarnos debajo de esa carpa grande. Ahí estaremos seguros hasta que pase la tormenta."

Los niños lo siguieron y, gracias a su calma, lograron estar tranquilos. Cuando la tormenta cesó, todos se sintieron aliviados.

"¡Qué bueno que sos! Nunca hubiéramos pensado en eso. Sos como un héroe en la selva, Pedrito!" - exclamó Ana, mirando a sus nuevos amigos.

Con cada día que pasaba, Pedrito aprendió a amar su nuevo hogar en la costa. La escuela se volvió un lugar donde compartía historias de la vida en la selva, y también descubría cómo surfear y recolectar conchas junto al mar. Se dio cuenta de que estar en un lugar diferente no significaba que debía dejar de ser quien era.

"Me gusta como soy, y también me gusta aprender de cada uno de ustedes" - les decía a sus amigos.

Al final del año, en la fiesta de cierre de clases, Pedrito se montó en un escenario y, con su voz temblorosa, decidió compartir un cuento sobre el origen de las pulseras de semillas que llevaba puestas. Narró cómo cada semilla representaba un recuerdo de su vida en la selva.

"Así como cada uno de nosotros es diferente, nuestras historias nos enriquecen. La importancia está en aprender unos de otros y celebrar nuestras diferencias." - concluyó Pedrito, recibiendo una ovación de todos los presentes.

Desde entonces, Pedrito se convirtió en un puente entre su hogar en el oriente amazónico y sus amigos de la costa. Cada vez que miraba al mar, sonreía, sabiendo que había encontrado un lugar donde podía ser él mismo, donde los recuerdos de la selva y la brisa del mar coexistían en perfecta armonía, ilustrando lo hermoso que es ser diferente y lo valioso que es compartir nuestras historias.

Y así, en la costa, Pedrito aprendió a quererse más y a disfrutar de cada rincón de su vida, porque supo que el verdadero tesoro estaba en la diversidad y en ser fiel a uno mismo.

FIN.

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