Pedro, el niño que ama la Navidad
Había una vez en un pequeño barrio de Buenos Aires, un niño llamado Pedro. Desde que era muy pequeño, Pedro siempre había sentido una fascinación especial por la Navidad. Para él, esta época del año era como un cuento de hadas. Las luces brillantes adornaban cada casa, el aroma a turrón y pan dulce llenaba el aire, y el espíritu festivo se sentía en cada rincón.
Un día, mientras ayudaba a su madre a decorar el árbol de Navidad, Pedro tuvo una idea brillante. "¡Voy a organizar un concurso de decoraciones navideñas para todo el barrio!" -exclamó emocionado.
Su madre sonrió y le dijo: "Eso suena genial, Pedro. Pero, ¿estás preparado para organizarlo?"
Pedro, con su carácter decidido, respondió: "¡Sí! Cada casa puede poner su decoración y al final, la más linda ganará un premio. Esto hará que todos se unan y celebren juntos."
Pedro comenzó a recorrer el barrio, contando su idea a cada vecino. Algunos estaban entusiasmados, otros un poco escépticos. "¿Un concurso? ¿Y para qué?" -preguntó Don Antonio, un anciano que a menudo se quejaba del ruido y la algarabía de los niños.
"Porque la Navidad es tiempo de unión y alegría. Con esto, podemos compartir y disfrutar todos juntos," -respondió Pedro con determinación.
Finalmente, logró convencer a la mayoría, y el concurso fue programado para la víspera de Navidad. Pero a medida que pasaban los días, surgió un obstáculo inesperado. Una fuerte tormenta azotó el barrio justo un día antes del concurso, derribando ramas de árboles y haciendo que algunas decoraciones se volaran. Las esperanzas de Pedro comenzaron a desvanecerse.
Desalentado, se sentó en un rincón, sintiéndose frustrado. "No puede ser que todo se arruine así..." -susurró.
Justo en ese momento, su mejor amiga, Sofía, se acercó corriendo. "Pedro, ¡no te desanimes! Esto no tiene que acabar así. ¿Por qué no le pedimos ayuda a todos?"
Pedro levantó la vista: "¿A todos? No sé..."
"Sí, hagamos una reunión y todos juntos podemos reparar y mejorar las decoraciones. Seguramente nadie quiere que el concurso se cancele. Además, ¡sería una oportunidad para mostrar que en equipo podemos hacer cosas increíbles!"
Movido por las palabras de Sofía, Pedro decidió convocar a los vecinos. Al principio algunos llegaron con renuencia, pero al ver el entusiasmo de todos los niños, el ambiente comenzó a cambiar.
Durante la reunión, Don Antonio se puso de pie y dijo: "Chicos, yo también puedo ayudar. Tengo un montón de luces en el altillo que son perfectas para la decoración. Y puedo prestar mi escalera para que lleguen a los lugares altos."
Los ojos de Pedro brillaron. "¡Eso es, Don Antonio! Con su ayuda, ¡el concurso se hará aún mejor!"
—"Y yo traigo mi guitarra, así podemos cantar villancicos mientras trabajamos," -dijo Sofía.
La chispa encendida en el corazón de cada vecino hizo que todos se unieran en una gran aunque improvisada asamblea. Día tras día, se unieron como una gran familia. Los niños recolectaron adornos que se habían caído, y los adultos trabajaron en grupo para reparar los daños.
La noche de la víspera de Navidad, el barrio resplandecía más que nunca. Las casas estaban decoradas de manera espectacular. La gente se reunió en la plaza, donde Pedro, con voz tambaleante pero llena de emoción, tomó el micrófono.
"¡Bienvenidos todos al primer concurso de decoraciones navideñas del barrio! Estoy muy feliz de ver a todos aquí, porque juntos hemos logrado algo maravilloso. No solo la decoración, sino también ver cómo todos colaboramos y nos ayudamos."
Después de varias canciones, risas y mucha alegría, el jurado, compuesto por algunos adultos, eligió la casa de Doña Rosa como la mejor decorada. Todos aplaudieron y celebraron. Doña Rosa bostezó al recibir un hermoso regalo, pero lo más importante fue el sentido de comunidad que había surgido en esos días.
"Gracias, Pedro. Me siento más cerca de mis vecinos que nunca. Esta Navidad será especial, no solo por los adornos, sino por lo que hemos creado juntos," -dijo Doña Rosa con una sonrisa radiante.
Pedro, aunque un poco cansado, sonrió ampliamente y supo que había conseguido lo que realmente amaba de la Navidad. No eran los premios ni las decoraciones, sino la unión y el amor que surgieron entre todos.
Así fue como Pedro, el niño que amaba la Navidad, aprendió que esta época del año se trataba de estar juntos, ayudar a otros y compartir la alegría. Y desde ese año, organizaron el concurso cada Navidad, convirtiéndose en una tradición que celebraba no solo el espíritu festivo, sino el valor de la comunidad y el trabajo en equipo.
FIN.