Pedro, el pingüino que enseña a amar las diferencias
Había una vez un grupo de niños y niñas en un jardín de infantes muy especial. Cada uno de ellos tenía algo único que los hacía especiales, pero había uno en particular que se destacaba: Pedro, el pingüino.
Pedro era un pequeño pingüino que había llegado al jardín de infantes desde la Antártida.
Era diferente a los demás niños porque no podía volar ni correr tan rápido como ellos, pero eso no le impedía disfrutar cada día en el jardín. Un día soleado, mientras todos los niños jugaban en el patio del jardín, apareció una maestra nueva llamada Carolina.
Tenía una sorpresa para los niños: ¡iba a llevarlos a conocer un verdadero iceberg! Los ojitos de Pedro se llenaron de emoción al escuchar esto. Él conocía muy bien los icebergs y estaba ansioso por compartir su conocimiento con sus compañeros. Al llegar al iceberg, todos quedaron maravillados con su belleza y tamaño imponente.
Carolina les explicó cómo se formaba y por qué flotaba en el agua. Los niños estaban fascinados, pero Pedro estaba aún más emocionado. "¡Maestra Carolina! ¡Yo puedo contarles más cosas sobre los icebergs!", exclamó Pedro emocionado.
La maestra sonrió y animó a Pedro a hablar frente a sus compañeros. Con seguridad y entusiasmo, Pedro comenzó a contarles todo lo que sabía sobre la vida en la Antártida y cómo los pingüinos vivían cerca de los icebergs.
Todos escuchaban atentos las palabras de Pedro e hicieron muchas preguntas curiosas. Se dieron cuenta de que, aunque Pedro era diferente, tenía mucho conocimiento y experiencias únicas para compartir.
A partir de ese día, los niños comenzaron a valorar las diferencias de Pedro y se dieron cuenta de lo importante que es aprender unos de otros. Comenzaron a jugar juntos, incluyendo a Pedro en todas sus actividades.
Un día, mientras jugaban al fútbol en el patio del jardín, uno de los niños cayó al suelo y se lastimó la pierna. Todos estaban preocupados y no sabían qué hacer. Pedro recordó una historia que le había contado su mamá pingüino sobre cómo cuidarse mutuamente cuando alguien estaba herido.
Sin pensarlo dos veces, corrió hacia el niño lastimado y le dio un abrazo reconfortante. Los demás niños se acercaron también y entre todos lograron ayudar al pequeño a levantarse. "¡Gracias, Pedro! Eres un verdadero amigo", dijo el niño sonriendo.
Desde aquel día, los niños comprendieron que la amistad no tiene barreras ni límites. Aprendieron a respetar las diferencias de cada uno y a valorar las habilidades especiales que cada uno posee.
El tiempo pasó rápido en el jardín de infantes y llegó el momento de despedirse. Los niños prometieron mantenerse en contacto y seguir siendo amigos para siempre. Y así fue como Pedro enseñó una valiosa lección a sus compañeros: ser diferentes nos hace únicos e especiales.
Y si aprendemos a aceptarnos mutuamente tal como somos, podemos construir relaciones sólidas basadas en la amistad verdadera. Fin
FIN.